Excelente artículo el escrito por Patrick Radden Keeffe para The New Yorker, donde muestra un caso que podría perfectamente ejemplificar lo que realmente es el sistema capitalista, lo que en verdad significa para unos y para otros, su perversión, infamia e injusticia.
Keeffe narra la historia del OxyContin, un medicamento para aliviar el dolor, y que es más poderoso que la morfina. Sin embargo, también produce una fuerte adicción, y se cuentan por miles los casos de personas que han perdido la vida por engancharse a él, o en su defecto, haber derivado en la heroína.
Los creadores del fármaco son los laboratorios Purdue Pharma, propiedad de los hermanos Sackler, tres conocidos médicos que durante las últimas décadas del siglo pasado amasaron una fortuna inmensa, gracias, entre otras cosas, al éxito de este medicamento, que fue lanzado al mercado en 1995. Aunque ya fallecidos, su familia sigue siendo la propietaria de 13 mil millones de dólares.
Los Sackler se han caracterizado por ser unos de los mayores filántropos de Estados Unidos, donando ingentes sumas dinero para museos y universidades. El ala norte del Museo de Arte Metropolitano lleva su apellido, al igual la Sackler Gallery (Washington), el Sackler Museum (Harvard), el Sackler Center for Arts Education (en el Guggenheim), la Sackler Wing (en el Louvre), y muchos más.
Sin embargo, la farmacéutica que vendía OxyContin sistemáticamente mentía acerca de los efectos adversos del producto, realizando agresivas campañas de marketing dirigidas a los doctores que debían prescribirlo, sin reconocer las graves consecuencias que el medicamento estaba ocasionando. Purdue Pharma utilizó las clásicas estrategias de la industria farmacéutica: gran inversión en comunicación, financió investigaciones y pagó a doctores para demostrar que las preocupaciones sobre los riesgos del producto eran infundadas. Además, regaló viajes a congresos y seminarios para persuadir a los médicos de todo el país. Al fin y al cabo, uno de los hermanos -Arthur Sackler- había sido uno de los instigadores del marketing farmacéutico tal y como se concibe en la actualidad, con un historial de mentiras y manipulaciones que se detallan perfectamente en el artículo, incluida la compra de voluntades dentro de la FDA. Desde 1999, unos 200000 norteamericanos han muerto por sobredosis relacionada con el OxyContin y otros opioides prescritos.
Purdue Pharma conisguió que la FDA aprobara el medicamento, gracias a que el doctor engargado de realizar el proceso de evaluación (Dr. Curtis Wright) lo permitió. Curtis Wright dejó la FDA poco tiempo después y a los dos años comenzó a trabajar para Purdue. La farmacéutica quería ampliar el segmento de mercado, más allá de los pacientes con dolores severos por cirugías, y así impulsó su maquinaria de relaciones públicas para que el OxyContin se prescribiera para fibromialgias, artritis, lesiones deportivas o incluso dolores de espalda.
Keeffe compara las técnicas de venta de Purdue Pharma con las de los carteles de droga mexicanos. Cuando llegan a una nueva ciudad, identifican su mercado buscando la clínica de metadona. De manera similar, Purdue busca las poblaciones que son susceptibles a su producto, enfocándose en comunidades pobres, con poca educación y oportunidades. Así, analizan las estadísticas de accidentes de trabajo, visitas al doctor, etc. Si la mafia de la droga ofrece muestras gratuitas, también lo hacía Purdue (se canjearon 34000 cupones en los cuatro años que duró su programa de OxyContin gratis para nuevos «consumidores»).
Algunos estudios cifran el coste para la sociedad del abuso de opioides en Estados Unidos en 78500 millones de dólares por año, incluyendo costes sociales y judiciales. Supongo que todo el mundo puede ver la paradoja de esta situación, y de cómo la filantropía de los Sackler no es ningún triunfo, sino más bien la muestra de la verdadera cara del capitalismo.
En mi artículo sobre naming rights hable con detalle de otros casos de «filantropía» mostrando hasta qué nivel el cinismo de estas personas puede llegar. Sin embargo, y lamentablemente, aún una parte de la sociedad sigue viendo este tipo de actuaciones filantrópicas como loables y merecedoras de reconocimiento, y no se dan cuenta que, en muchos casos, es un dinero manchado, y que los costes sociales que generan estos empresarios (y que pagamos todos) son mucho mayores que las cantidades donadas.