En este editorial del European Journal of Preventive Cardiology, los autores claramente enfatizan la necesidad de contemplar la exposición a radiofrecuencia como un factor relevante de riesgo de enfermedades cardíacas.
En los últimos años se ha encontrado un incremento significativo del infarto agudo de miocardio con elevación del ST (inicio de la repolaración ventricular) en pacientes sin factores de riesgo estándar modificables, es decir, sin hipercolesterolemia, hipertención, diabetes ni tabaquismo, y los autores plantean que el incremento desmesurado de la exposición a radiación electromagnética no ionizante podría ser una de las causas que lo expliquen.
Ignorancia entre los médicos
Los autores inciden en la ignorancia que existe en la comunidad médica sobre la evidencia científica que muestra los efectos biológicos negativos de la exposición a radiofrecuencia. Y ello ocurre pese que desde hace años diferentes organismos llevan advirtiendo sobre ello, como la propia Organización Mundial de la Salud, la European Academy for Environmental Medicine y la American Academy for Environmental Medicine.
Además, los autores abogan por una recategorización de este agente ambiental, del actual grupo 2B (posible cancerígeno) a otro más exigente, dada la evidencia publicada desde 2011, año en que la OMS lo consideró en ese grupo. Y por cierto, también cuestionan la forma en la que se ha evaluado en esa categoría por parte del comité de expertos de la IARC.
Relación con enfermedades cardíacas
Hacen referencia a diversas investigaciones que han mostrado que la exposición a radiofrecuencia produce estrés oxidativo, y ese es precisamente el factor que los autores consideran clave para su posible relación con las enfermedades cardiovasculares.
El estrés oxidativo es un factor de riesgo para este tipo de enfermedades, y la exposición crónica a ese estresante puede dañar las células y alterar los mecanismos de transducción de señales. El incremento de la presión arterial es otra de los efectos que se han ligado a la exposición a radiofrecuencia, y que también podría afectar a la salud del corazón.
Una historia ya conocida
Como muchos otros investigadores y muchas personas afectadas e interesadas en el bioelectromagnetismo, los autores se preguntan acerca de cómo es posible que se ignoren las evidencias que durante las décadas de los 70, 80 y 90 del siglo pasado se encontraron en estudios militares, donde ya se ligaba la exposición a emisiones de radiofrecuencia con diversas patologías, como enfermedad coronaria, hipertensión o disrupción del metabolismo de lípidos.
Sin embargo, los autores no vacilan en afirmar que la comunidad científica y militar ha pasado de puntillas por ello debido a las consecuencias económicas y militares de considerar perjudicial este tipo de comunicaciones inalámbricas.
Necesidad de minimizar la exposición
Pese a que, como los autores comentan, algunos países y ciudades están empezando a dar pasos para la regulación (prohibición o restricción del WIFi en las escuelas), hay una pasividad enorme a este respecto.
Se necesitan más estudios independientes y profundizar en los posibles efectos de la exposición a radiofrecuencia sobre las enfermedades cardíacas.
Comentarios
En este artículo, los autores hablan de forma clara y precisa sobre una situación que, para cualquier científico imparcial y honesto, es evidente; hay indicios más que suficientes para ser prudentes y regular la exposición a este contaminante ambiental.
Y como bien dicen los autores y hemos comentado más de una vez en este blog, la comunidad médica debe dar un paso al frente, informarse, leer las evidencias publicadas, y actuar al respecto. Sin la implicación de los médicos, el resto de ciudadanos lo tenemos muy complicado para que se nos escuche cuando pedimos que, por ejemplo, se elimine el Wi-Fi en los colegios, se eviten los dispositivos inalámbricos en los niños, o se quite una antena de telefonía enfrente de casa.
Y mientras tanto, una gran parte de la población sigue dando la espalda a este asunto, y lo que es peor, atacando y estigmatizando a quienes defienden el camino de la prudencia.
Un último apunte, la autora principal del editoria, Priyanka Bandara, es miembro del panel científico de Environmental Health Trust. Tal vez alguien pueda pensar que eso significa un conflicto de interés, pero realmente no lo es, y por eso no está declarado en el artículo. Si se pone al mismo nivel a los investigadores que colaboran de organizaciones sin ánimo de lucro o plataformas ciudadanas en defensa de la salud y el medio ambiente con aquellos que trabajan o son financiados por la industria, apaga y vámonos.
Bandara, P. & Weller, S. (2017).Cardiovascular disease: Time to identify emerging environmental risk factors. European Journal of Preventive Cardiology, doi:10.1177/2047487317734898