El pasado mes de julio de 2017, la organización Changing Markets Foundation alertaba de que marcas como H&M y Zara compraban viscosa a fábricas contaminantes, principalmente en zonas de Indonesia, China e India. El mercado de viscosa se estima que crecerá de $13450 millones en 2016 a $16700 en 2021 (Infolibre.es, 2017). El vertido de productos tóxicos derivado del proceso de fabricación de la viscosa está contaminando los entornos en los que esas fábricas se ubican. El informe de Changing Markets Foundations nos muestra un dibujo desolador de los entornos donde las fábricas operan (Changing Markets, 2017).
Las viscosa es un producto intermedio en la fabricación de rayón, una fibra manufacturada que se conoce también como seda falsa o «fake silk», y cuya toxicidad proviene principalmente del uso de disulfuro de carbono (CS2) para tratar la celulosa. Se obtiene así un líquido viscoso (de ahí su nombre) que luego es convertido en rayón o en otros productos, como el celofán.
El interés por profundizar en este tema, que era ciertamenete desconocido para mí, me llevó al libro «Fake Silk», del Dr. Paul D. Blanc, de reciente publicación (2016), y que es una obra excelente. En este post, voy a comentar algunos de los puntos más destacados del libro, con el fin de mostrar la historia de este tóxico y sus imbricaciones con los intereses económicos y políticos, y también la triste realidad de miles de personas que fueron envenenadas al trabajar en estas fábricas, por la incapacidad e inoperancia de los reguladores para admitir las advertencias que diferentes investigadores habían realizado sobre este veneno. Blanc lo narra magistralmente en el libro; mi intención simplemente es incitar a su lectura a través de esta reseña. Quiero agradecer al Dr. Blanc su gentileza al haberme permitido destripar un poco su libro en mi blog, y que haya contestado a varias dudas que tenía sobre él, al margen de proporcionarme información añadida de inestimable valor.
El autor
El Dr. Paul D . Blanc es profesor de medicina en la Universidad de Californa, donde ocupa la Endowed Chair in Occupational and Environmental Medicine. Es autor del libro How everyday products make people sick, y escribe en Psychology Today sobre tóxicos de la vida cotidiana: Households Hazards
Blanc ha realizado un trabajo de documentación ciertamente notable, y ha viajado por muchos países realizando entrevistas y visitando fábricas de rayón, para explicar de manera elocuente y brillante una historia desconocida para la gran mayoría de nosotros.
El libro
Voy a hacer un breve recorrido cronológico, tal y como Blanc relata en su obra. Todo lo especificado proviene de Blanc (2016), por lo que no considero necesario su continua citación. El material complementario añadido por mí está debidamente referenciado.
Se patenta la vulcanización en Inglaterra y Estados Unidos. Primeras señales de toxicidad.
El CS2 se sintetizó por primera vez en 1796 por Wilhelm A. Lampadius, gracias a que calentó carbón y pirita, una fuente de azufre. Era un líquido volátil, pero no fue hasta principios del siglo XIX cuando se conoció claramente su estructura molecular.
Los propios investigadores al comienzo de sus experimentos con CS2 veían que se evaporaba fácilmente y tenía propiedades similares a un anestésico. Estamos hablando de la década de 1840. De hecho, los primeros experimentos con animales fueron para analizar sus propiedades como anestésico; algunos ratones se mareaban, pero los expuestos a dosis más altas morían.
También en esa década de 1840 se descubrieron sus propiedades como disolvente (para resinas, aceites, fósforo, sulfuros, etc.), lo que resultó muy importante, ya que era mejor disolvente que el agua o que el etanol.
En 1846 un químico e inventor inglés, Alexander Parkes, patentó el proceso de convertir caucho en un material más flexible e impermeable. Pero una semana antes, Thomas Hancock patentó la vulcanización en frío (disolvía sulfuro en CS2 y luego metía caucho dentro o de ese líquido). Thomas Hancock pertenecía a la empresa Charles Macintosh and Company. Charles Goodyear hizo lo propio en Estados Unidos en 1844 (Goodyear, 1844).Entonces empezaron las aplicaciones, sobre todo en balones, condones, y más tarde suelas de goma para calzado.
En 1853 el médico francés Guillaume Duchenne de Boulogne indicó por primera vez que el CS2 era tóxico para el sistema nervioso humano. Duchenne estaba empezando a observar este hecho en trabajadores en fábricas donde se empleaba la vulcanización.
Otro médico francés, Auguste Delpech, en 1856, también reportó sus experiencias clínicas con trabajadores expuestos a CS2, donde había los siguientes síntomas: sueño agitado, pesadillas, pérdidas de memoria, confusión, dolores de cabeza, debilidad muscular e incluso comportamiento maníaco. Parecía peor que los síntomas de la sífilis.
Otros pacientes tenían un comportamiento sexual anormal. Delpech entonces empezó a experimentar con animales, y siguió reportando casos de trabajadores intoxicados durante la década de 1860.
Comienza su uso como pesticida
En 1870 se empezó a emplear el CS2 como pesticida para eliminar los ataques a los viñedos. Mataba también a la planta pero impedía que la infestación se extendiese. Blanc no ha encontrado investigaciones que hablen de lo que sucedió con todos los agricultores que lo emplearon.
Las ardillas eran uno de los objetivos principales de su uso como pesticida. Así, en 1883 aparecieron varios anuncios en Los Angeles Times argumentando que el CS2 de la empresa Read and Foster era seguro barato y efectivo, y que podía ser aplicado por cualquiera y durante cualquier tiempo sin el menor daño. En un anuncio publicado el 26 de mayo de 1883, la publicidad concluía con la siguiente frase: «Un niño puede usarlo sin peligro».
El siguiente anuncio fue publicado el 14 de julio de 1883 en Los Angeles Times, en el que se indicaba que el disulfuro de carbón era «perfectamente seguro».
Curiosamente, ese mismo año, Charles Foster, uno de los propietarios de esa empresa fue enjuiciado por el intento de asesinato de A. H. Judson, un hombre de negocios de Los Angeles, pero fue absuelto porque alegó que tenía locura transitoria, precisamente por haber inhalado el CS2 de su propia fábrica de pesticidas. De este modo, el propietario de la empresa que decía en su publicidad que el CS2 era inocuo admitió su toxicidad para librarse del delito que acababa de cometer. Esta historia, ciertamente inquietante, es un ejemplo exquisito sobre el empleo fraudulento de la publicidad.
El uso como pesticida ha continuado en el siglo XX, sobre todo como veneno de roedores (ej. Bean et al., 1988), y admitiendo (ahora sí) que es un producto tóxico, aunque las advertencias sobre las precauciones fueran más completas en unas publicaciones frente a otras (por ejemplo, Storer (1958) en oposición a Gunderson & Decker (1943)).
El disulfuro de carbono también se empleaba para producir tetracloruro de carbono, un químico usado también como pesticida, además de para manufacturar líquidos refrigerantes y propulsores para aerosoles o como limpiador. Se empleó como plaguicida hasta 1986 (ATDSR, 2003). Pero, al igual que sucedía con el anuncio de Read & Foster, la empresa Dow Chemical comunicaba en su publicidad que el tetracloruro de carbono trabajaba rápidamente y «sin residuos» (Anuncio cortesía de Paul Blanc). Al fin y al cabo, años más tarde (en 1941) se publicitaba como «La química de la salud».
Comienza el siglo XX con la revolución del rayón, y se «olvida» lo aprendido
A finales del siglo XIX el famoso neurólogo francés Jean-Martin Charcot reconoció el problema de toxicidad del CS2. En 1894 el toxicólogo Karl B. Lehmann hizo experimentos con animales para testar dosis letales y subletales. En en esos mismos experimentos sugirió que niveles por encima 300 ppm de CS2 en aire producía graves daños crónicos. Esos límites eran sólo para exposiciones cortas, pero que las largas podrían dar un dibujo totalmente diferente.
En 1899 apareció un monográfico en Alemania llamado (de forma traducida) «El CS2 envenena a trabajadores de la industria del caucho con especial consideración a los desórdenes mentales y neurológicos e higiene industrial«, de más de 200 páginas, escrito por el médico Rudolf Laudenheimer. De este modo, se culminaban varias décadas de investigación, principalmente en Francia y Alemania, en las que se mostraban claramente los peligros de la exposición a este tóxico.
Sin embargo, los médicos en Inglaterra parecían prestarle menos atención a este problema. Mientras tanto, en Estados Unidos, algunos doctores ya empezaban a sospechar de la toxicidad del CS2, al observar patologías en trabajadores, incluso se llegó a publicar un artículo en la revista Boston Medical and Surgical Journal, que posteriormente se llamaría New England Journal of Medicine. Es más, un trabajador norteamericano puso una demana de $5000 por daños a su empresa Indiana Rubber, aunque finalmente el juicio se resolvió con una compensación de $500.
A comienzos del siglo XX empezaron a realizarse controles en las fábricas de Inglaterra, Alemania y Francia, y se mejoró el proceo de vulcanización de manera que los trabajadores de esas fábricas estaban mucho menos expuestos.
Pero entonces en ese momento comenzó una industria más poderosa aún, la del textil, ya que se descubrió que se podría tratar la celulosa con CS2 (además de otros agentes químicos) para producir un compuesto llamado «viscosa», que tras un tratamiento posterior se convertía en fibras artificales (parecidas a la seda), a las que se llamó rayón.
El químico industrial Arthur Dehon Little estudió el proceso de la viscosa en Europa y lo llevó a Estados Unidos, pero no dijo nada sobre los efectos tóxicos del CS2. Y cuando en las primera década del siglo XX nacieron las primeras fábricas en Estados Unidos entonces comenzaron los casos de intoxicación de trabajadores. Los propios médicos americanos que los trataron admitieron que habían sido intoxicados por el CS2, conocedores de la literatura del siglo XIX. A medida que la industria de la fibra sitnética crecía comenzaron a reportarse casos por otros países, como en Rusia
Pero durante los siguientes 20 años, tanto en Estados Unidos como en Europa, parece que hubo un silencio en la industria de la viscosa. Los médicos ignoraron el problema y los propietarios de las fábricas (que lo sabían perfectamente) lo ocultaron.
Conflictos de interés en el Parlamento Británico
En 1925 se puso sobre la mesa en el Parlamento Británico la cuestión de la toxicidad del CS2. La industria de la fibra de viscosa era por entonces ya grande. En Inglaterra estaba Samuel Courtauld and Company, como más importante corporación. Esta empresa tenía como subsidiraria a la estadounidense American Viscose Company. Precisamente un miembro de la familia Courtauld también era un miembro de ese Parlamento británico. Sir Williams Joynson-Hicks, parlamentario conservador, tenía conexiones familiares con el comercio textil. En 1895 se casó con la hija de un empresario de este sector. Además era un conocido xenófobo y antisemita.
Pero las preguntas continuaron en el Parlamento con el fin también de reconocer al CS2 como tóxico en efermedades ocupacionales. No sólo estaban las investigaciones y publicaciones mencionadas realizadas antes de 1900, sino que en 1925, un inspector médico publicó un informe en el que, tras estudiar varios casos de trabajadores, reconocía la intoxicación por CS2 como enfermedad en esta industria. En ese mismo año, 1925, en Italia se publicaba en un manual de medicina ocupacional donde se reconocía que el CS2 en concentración de más de 1 mg/litro de aire producía un envenenamiento crónico, y esto ocurría incluso en habitaciones ventiladas. Esto equivalía aproximadamente a unos 300 ppm. Es decir, se estaba advirtiendo lo mismo que hace 30 años otros médicos habían estudiado.
Aunque en 1925 Sir Williams Joynson-Hicks admitía que el envenamiento por CS2 debía ser reconocido como enfermedad industrial (Hansard, 1925), no se estaban haciendo todo lo posible por proteger a los trabajadores. En 1926, el Dr. Thomas Watts, miembro del Comité Médico de la Cámara de los Comunes decía en otro de los debates parlamentarios que las enfermedades derivadas de la exposición a disulfuro de carbono estaban prácticamente extintas debido a los esfuerzos de la Association of Certifying Factory Surgeons, una organización principalmente encargada de certificar que los niños podían trabajar en las fábricas, y que según Watts habia ayudado a erradica las intoxicaciones (Hansard, 1926).
Ante la pregunta de William Kelly, del Partido Laborista, de si habían recibido informes sobre la salud de los trabajadores de la viscosa de British Visada Company y de Bulmer-Rayon Company, Sir Williams Joynson-Hicks, Ministro del Interior del Partido Conservador, respondió que había visionado informes de médicos y de otros inspectores de trabajo y que las condiciones eran generalmente safisfactorias salvo algún caso de conjuntivitis y dermatitis, cuando Kelly insistió en que había varios casos más de ceguera temporal (Hansard, 1928). Parece evidente, por tanto, que Joynson-Hicks no estaba muy interesado en esclarecer la verdad.
Continúan los estudios, pero también la manipulación
Paradójicamente, y pese que en Francia habían sido pioneros en denunciar la toxicidad del CS2 a mitad del siglo XIX en la industria del caucho, no fue hasta 1927 cuando apareció un primer informe sobre su pelgrio en la industria textil, en una tesis doctoral.
En 1920 DuPont Company adquirió los derechos para producir viscosa en Estados Unidos, de la frances Comptoir de Textiles Artificiels. De esta manera, American Viscose Company y DuPont se repartían buena parte del mercado norteamericano.
Pero en un informe anual sobre enfermedades laborales en 1930 en Inglaterra se reportaban claramente más de 200 casos de conjuntivitis y envenenamientos. En ese periodo la concentración en una fábrica en la que se hicieron mediciones era de 320 ppm en aire, mientras que en otra era de 100 ppm, donde los trabajadores sufrían efectos adversos. Por tanto, había niveles bastante altos.
En esta época también empezaron las quejas por contaminación del entorno en esas fábricas. Hubo protestas sobre la contaminación del aire y del agua cerca de esos centros de producción. Es imperdonable, como casi 90 años después, sigue ocurriendo lo mismo en China, India e Indonesia, como denuncia el informe de Changing Markets (2017).
Los conservadores británicos en 1929 tenían el eslogan "Safety First", de hecho fue el que Stanley Baldwin empleó para presentarse a las elecciones de ese mismo (las que, por cierto, perdió). Baldwin fue en tres ocasiones Primer Ministro Británico.
En 1930 el conocido psiquiatra Karl Bonhoeffer claramente estipuló que el CS2 causaba psicosis, tras la experiencia de 24 años tratando con pacientes trabajadores del caucho y textil. En ese mismo año, el Dr. Gustavo Quarelli asoció el CS2 al Parkinson.
En 1931, sin embargo, dos toxicólogos británicos, William Wilcox y Gerald Roche emitieron un informe por el cual decían que cualquier peligro asociado al CS2 había sido eliminado de las fábricas, salvo casos muy puntuales de conjuntivitis. Ellos eran asesores del Ministerio del Interior del Gobierno Británico, pero también lo habían sido de la empresa Rayon Manufacturing Company of Surrey. El autor (Paul Blanc) indica que se podría ver a uno de ellos, William Wilcox, pasear con sus Rolls-Royce conducido por un chófer. La empresa Rayon Manufacturing Company había sido denunciada por contaminación y tras ese informe se permitió que siguiera operando.
Por tanto, no sólo hubo políticos que ignoraban a sabiendas la literatura científica para impedir una mejor regulación de la fabricación de rayón, sino que investigadores se prestaron a los intereses económicos para sembrar dudas y embarrar unos resultados que investigadores en Italia, Alemania, Inglaterra y Francia habían reportado como bastante claros.
Se extiende el uso de la viscosa al nacer la industria del celofán
La Gran Depresión apenas afectó a la producción de rayón. Al final en los años 30 se podría considerar que había una especie de cártel de productores de seda artificial que además pagaban menos y tenían empleados en peores condiciones que el resto de la industria textil. También había condiciones primitivas en la nueva URSS.
Paralelamente al desarrollo de la industria textil de fibra sintética comenzó a desarrollarse la del celofán. DuPont llegó a un acuerdo con la recién creada La Cellophane para tener el mercado exclusivo de EEUU. Los productores americanos crearon un lobby para que hubera proteccionismo y lo consiguieron en los años 30.
La doctora Alice Hamilton, figura clave: trabajadores como animales de laboratorio
En 1933 la Dr. Alice Hamiliton, de Harvard, advertía que debido al escaso conocimiento de la toxicidad del CS2, muchos casos de envenenamiento podrían haberse padado por alto en EEUU. Para acelerar el proceso de vulcanización, también se añadían aditivos que erean tóxicos, como la anilina. En 1925 esta doctora había publicado acerca de esos riesgos en su enciclopedia Industrial Poisons in the United States, un volumen, por cierto, que fue gran utilidad aunque recibió débiles críticas por mostrar investigaciones realizadas en otros países fuera de Estados Unidos (Hayhurst, 1925), algo realmente estúpido porque si se hubiera tenido en cuenta seriamente la evidencia que había ya en estudios en Europa, Estados Unidos probablemente se había ahorrado varios años en investigaciones en relación a la toxicidad del disulfuro de carbono.
Hamilton, se quejaba de que se estaban empleando a los trabajadores de CS2 como animales de laboratorio y que el gobierno no hacía nada para que las empresas testaran la toxicidad de un nuevo aditivo antes de emplearlo.
La doctora inició una investigación de campo en los años 30 con el fin de estudiar en produndidad los riesgos del CS2. Era complicado porque tenían que ir por las fábricas preguntando a los trabajadores, ya que en los hospitales no era usualmente reconocida por los médicos. Los resultados fueron los mismos que en otros países en años anteriores: locura, desórdenes mentales, intentos de suicidio, problemas en los ojos y en la piel... Esto hizo que se iniciara una investigación federal-estatal sobre este tóxico en la industria en 1938, y que se reconociera como enfermedad ocupacional en Pennsylvaina en 1937, sujeta a compensaciones económicas. En ese estudio más ambicioso se examinó a 120 trabajadores, de los cuales un 75% tenía evidencias de daños en el sistema nervioso, al margen de otros síntomas.
En aquellos años no había legislación en EEUU sobre límite de un potencial tóxico, pero Hamilton propuso 10 ppm. En Europa los valores límite eran 30 o 40 veces superiores, aunque la Unión Soviética tenía tan sólo 3.2 ppm . Esa recomendación de 10 ppm la tomó la propia DuPont.
En 1939 aparecía en The British Medical Journal, un artículo en el que se indicaba que el Departamento de Investigación Científica e Industrial había publicado una descripción de métodos de detección de CS2 generado en procesos industriales. Una concentración de 500 ppm se consideraba peligrosa incluso para exposiciones cortas, mientras que 10 ppm era la máxima concentración permisible para varias horas de exposición. La Chemical Works Regulation, 1922 prohibía la entrada de trabajadores en lugares donde pudiera haber un gas peligroso sin las medidas de seguridad requeridas hasta que el aire fuera testado y encontrado seguro para ser respirado (The British Medical Journal, 1939).
En 1941 la American Standards Association adoptó un valor de 20 ppm como límite de concentración promedio (World Health Organization, 1979).
De este modo, y casi 100 años después de que se comenzaran los primeros experimentos con animales y se dieran los primeros signos de toxicidad, se estipulaba una primera legislación. Casi 100 años y miles de víctimas después. Pero, a pesar del trabajo de Hamilton, y de los esfuerzos de otros investigadores, los trabajadores de rayón de todo el mundo iban a seguir sufriendo condiciones peligrosas.
La II Guerra Mundial
El rayón y la dinamita se pueden hacer desde la nitro-celulosa, por lo que las fábricas de rayón se podían convertir en fábricas de dinamita para la II Guerra Mundial. El gobierno estadounidense usó el rayón para la contienda bélica pero no invirtió mucho en la protección de trabajadores de esa industria. En Europa las prisas por proveer a los ejércitos hicieron que se produjera más y en peores condiciones y abundaron las intoxicaciones. Incluso los alemanes emplearon prisioneros en las fábricas a los que desatendían constantemente.
En 1945 apareció el primer artículo científico que establecía inequívocamente que el CS2 degeneraba los ganglios basales en monos cuando se sometían a exposiciones crónicas. Por tanto, causaba el mismo tipo de daño cerebral que el visto en los enfermos de Parkinson, algo que, como bien recuerda Paul Blanc, confirmaba lo que ya se había comprobado en la década de los 1920 con los trabajadores expuestos.
En Japón durante la II Guerra Mundial y en los años 50 las fábricas de rayón estaban muy deterioradas con niveles de 40-50 ppm e incluso de 300 ppm. En Polonia, narra Blanc, había fábricas con 150 ppm e incluso 300 ppm.
En los años 40 el doctor Enrico Vigliani estudió con intensidad las intoxicaciones en Italia. Había tratado 100 casos entre los años 1941 y 1942. En Milán pudo observar más casos con un mayor tiempo de seguimiento y vio que la enfermedad empezaba a cambiar. Ahora non era tanto el problema de pérdida de sensación en los nervios distales, sino que parecía una enfermedad cerebral de origen vascular. Vigliani en una publicación de 1955 ligó el CS2 a la arteriosclerosis, algo que ya se había vislumbrado unos años antes en otro estudio.
Se disipan las dudas pero siguen las presiones
A partir de ese momento las investigaciones sobre los efectos tóxicos del CS2 se incrementan, y ya se establecen unos parámetros más consensuados (World Health Organization, 1979).
En 1960 se asoció a la enfermedad coronaria, tras un estudio de mortalidad realizado en Gran Bretaña. Otro estudio en los años 70 corroboró estos resultados. En la actualidad se admiten efectos en el sistema cardiovascular en exposiciones a largo plazo por encima de 10 ppm, aunque por debajo de 5 ppm Domergue et al. (2016) no encuentran evidencia de efectos en indicadores de salud cardiovascular.
En 1977 el U.S. National Institute for Occupational Safery and Health (NIOSH) realizó una revisión sistemática para determinar los niveles seguros de exposición. Y recomendaron bajar de 20 ppm a 1 ppm. Pero la industria reaccionó contratando a médicos investigadores para realizar presión. Blanc narra en el libro que la AFL-CIO (American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations), una institución para la defensa de los derechos de los trabajadores en Estados Unidos tuvo un litigio con la Occupational Safety and Health Administration (OSHA) porque esta había estipulado niveles de mayor protección para varias decenas de sustancias químicas en 1989. De este modo, en 1992 el dictamen judicial anuló esos nuevos niveles de protección y se retrocedió a los que había puestos en 1971. Según Blanc (comunicación personal) es difícilmente entendible que la AFL-CIO litigara con la OSHA; demandaban niveles de mayor protección aún para varios tóxicos, pero lo cierto es que al final el resultado fue que los intereses de la industria (que también presionó) fueron premiados. Así, el límite volvía a 20 ppm. La OSHA es la entidad vinculada al Departamento de Trabajo de Estados Unidos que se encarga de legislar. De este modo, y todavía hoy en día, en 2017, la NIOSH propone un límite de 1 ppm frente a los 20 ppm que es el límite para la OSHA, y por tanto, el nivel legal. Así, y aunque la OSHA es una entidad que debe basar sus criterios en la organización dedicada a la investigación (Bhs.com, 2016) , es, decir, la NIOSH, en este caso hay una gran diferencia de criterios, y el umbral legal está en Estados Unidos 20 veces por encima de lo que su propia entidad de investigación recomienda. Según CDC.com (2017), la NIOSH recomienda que los trabajadores lleven protección para la respiración cuando se alcancen niveles por encima de 10 ppm, aunque como hemos dicho, la ley permite hasta 20 ppm.
En Europa, el European Scientific Committee on Occupational Exposure Limits (SCOEL), recomienda un límite de 5 ppm (Domergue et al., 2016). Sin embargo, y como bien indican los investigadores, otros efectos patológicos pueden ocurrir a exposiciones por debajo de 5 ppm, como estrés oxidativo, anormalidades en el electrocardiograma, cambios en los niveles de colesterol, alteracionesen las propiedades elásticas de la arteria carótida, y microaneurismas en la retina.
La OSHA, según Hopkins (2015), no da respuesta efectiva a los riesgos de múltiples químicos que, o no están regulados, o tienen niveles límite establecidos hace muchos años, y que no concuerdan con la evidencia científica. Parece evidente que, en el caso del CS2, así es.
De este modo, Estados Unidos es uno de los países más permisivos (con mucha diferencia). Recordemos que ya en 1979 la World Health Organization (1979) reportaba las concentraciones máximas permisibles en promedio para diferentes países. Así, Checoslovaquia, Egipto, Finlandia, Hungría, Japón, Suecia, Suiza y Reino Unido, tenían 10 ppm, mientras que Estados Unidos tenía el doble.
En Europa, la mayoría de los países en la actualizdad tienen unos límites para trabajadores de 5 ppm, con algunas excepciones como Alemana (10 ppm). Australia tiene también 10 ppm. El Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo (2011) considera seguro esos 5 ppm, medidos como la concentración media ponderada en el tiempo para una jornada laboral de 8 horas y una semana de 40. Esos 5 ppm son más exigentes que los 10 ppm que propuso la American Conference of Governmental Industrial Hygienists en 1994.
Sin embargo, en el año 2000 la OMS elaboró una revisión sobre el disulfuro de carbono en el que comentaba que la concentración más baja de CS2, en la que se ha observado efectos adversos en exposición ocupacional era de unos 3.2 ppm, lo que en el entorno sería una concentración equivalente de 0.32. Se considera apropiado un factor de protección de 10, por lo que se debe tomar como medida unos 0.32 ppm (100 microgramos/m3) (World Health Organization, 2000). Recordemos que la OMS, en el ya mencionado informe publicado en 1979, ya hablaba de efectos adversos a concentraciones menores de 10 ppm.
Ahora el principal problema son las emisiones al entorno
Aunque la OMS recomiende 3.2 ppm corregido por un factor de 10, es decir, 0.32 ppm, y la NIOHS 1 ppm, como acabamos de ver la legislación de la mayoría de los países es menos protectora. Parece, por tanto, que los trabajadores de la industria de la viscosa (y de otras en las que se emplea el disulfuro de carbono), desafortunadamente están expuestos a unos niveles todavía peligrosos. Bien es cierto que un límite de 5 ppm como promedio (umbral en muchos países), protege contra la mayoría de efectos adversos estudiados. Pero no es suficiente, y habría que exigir que la legislación se ajustara a las evidencias científicas. Como comenta Blanc, en Corea del Sur en una fábrica que cerró en 1993, en 1997 se encontraron 600 casos de enfermedades entre antiguos trabajadores; 900 de ellos recibieron compensación. En la actualidad, China tiene aproximadamnete el 60% de la producción mundial. Los estudios que se han hecho en los últimos años nos dicen que rutinariamente se sobrepasan los límites en las fábricas.
Sin embargo, pese a que el trabajador está más protegido que hace varias décadas (aunque de manera insuficiente, repetimos), las emisiones al entorno constituyen un grave problema. Según Blanc, en los años 90 los habitantes de una granja en Alabama que vivían cerca de una fábrica de rayón demandaron a la compañía por el deterioro de su salud y la de sus animales. En 1993 la fábrica de Courtauld lanzó más de 19 millones de kg de CS2 al aire, 19500 kg al agua de superficie y 195 kg en la tierra.
Según Changing Markets (comunicación personal), es práctica común en fábricas de China verter agua sin tratar y gas contaminado por la noche para que las autoridades tengan mucho más difícil su control, haciendo que los niveles de disulfuro de carbono en las inmediaciones de las fábricas sean más altos de los debidos (también los de sulfuro de hidrógeno). Debido a las restricciones de seguridad, los investigadores de esta organización no han podido hacer mediciones dentro de las fábricas.
En España tenemos también ejemplos de este tipo. En 2006 la empresa Viscocel tenía abiertas diligencias en los Juzgados de Torrelavega por un posible delito ecológico porque sus emisiones de sulfuro de hidrógeno sobrepasaban entre 40 y 100 veces los límites legales (Ecologistas en Acción, 2006). En 2008, y tal como de nuevo denunciaba la ONG, El Centro de Investigación del Medio Ambiente (CIMA) estudió dos puntos en Torrelavega, sobre el cual nunca antes se habían hecho controles (105 periodos de 24 horas). En uno de los puntos se superaron los límites el 14% de los días, y en el otro el 35%. Los picos de contaminación habían llegado a 119,5 y 183,36 μg/m3 superando en 12 y 18 veces respectivamente los límites legales (10 μg/m3) (Ecologistas en Acción, 2008).
Y es que ese límite de 10 μg/m3 (0.032 ppm) era el estipulado en España como legal por el Real Decreto 102/2011, de 28 de enero. Según los objetivos de calidad de aire, la concentración media en 24 horas en el exterior de las fábricas debía ser como máximo de ese nivel. Sin embargo, el Real Decreto 678/2014, de 1 de agosto, por el que se modifica el Real Decreto 102/2011, de 28 de enero, relativo a la mejora de la calidad del aire estipula que ahora la concentración media en 24 horas debe ser de 70 μg/m3 (0.22 ppm), por lo que en España hemos retrocedido y estamos permitiendo unos niveles más laxos, aunque dentro de las recomendaciones de la OMS (100 μg/m3).
La empresa Viscocel cerró en 2014 pero estaba prevista su reapertura para 2017. Pertenece al grupo Sniace, el cual, tal y como relata Blanc, abrió al amparo franquista en 1943, con un 25% de propiedad italiana (SNIA Viscosa). SNIA era una las mayores empresas del sector en todo el mundo en esa década, y era uno de los "orgullos" del fascismo de Mussolini. La apertura de Sniace fue descrita en este artículo del periódico ABC (ABC, 1943), con expresiones como "nuestra guerra de liberación" (en referencia a la Guerra Civil). La imagen de la derecha corresponde a un anuncio de SNIA en la era de Mussolini (cortesía de Paul Blanc).
Como indica Changing Markets (comunicación personal), las fábricas que todavía no tienen implantado un sistema de producción sin disulfuro de carbono podrían reciclarlo y devolverlo al proceso sin generar emisiones. En Europa, las empresas tienen la obligación de emplear la Mejor Técnica Disponible para minimizar los impactos de la contaminación, según la Directiva 2010/75/EU (Parlamento Europeo, 2010), bajo unos criterios de costes no desorbitados. Según Changing Markets, las fábricas de viscosa contaminantes deberían tener la obligación de limpiar los entornos que contaminan.
Conclusión
Fake Silk nos muestra la terrible historia del disulfuro de carbono como tóxico industrial, donde se entremezclan cuatro actores: los médicos/investigadores, los políticos/reguladores, los trabajadores/ciudadanos, y la industria, narrando la triste realidad de cómo los conflictos de interés condicionan la toma de decisiones para que todos trabajemos y vivamos en un entorno más saludable.
El libro nos enseña la desesperante distancia que existe entre la aparición de evidencias científicas y la adecuación de las normas pertinentes en consonancia con esos estudios, y que esas normas, lamenteblemente también, no llegan a ser totalmente protectoras, debido a las presiones de la industria y a la inoperancia o desvergüenza de los políticos, e incluso de investigadores que se venden al mejor postor. No es una historia nueva, ciertamente, todos conocemos lo sucedido con el tabaco o el amianto, por ejemplo, y lo que está suciendo más recientemente con el glifosato o la contaminación electromagnética. Pero sí que Paul Blanc consigue hacernos ver como incluso en un caso menos conocido o impactante, se replican las mismas circunstancias que en otras historias de tóxicos.
Fake Silk es también un homenaje a todos esos médicos e investigadores que fueron mostrando las evidencias sobre la toxicidad del disulfuro de carbono, y que contribuyeron a que se establecieran límites y normas de protección. Blanc va contando con maestría la secuencia de los hechos de tal modo que el lector siente impotencia a medida que se va sumergiendo en el texto, y piensa: "¿pero cómo es posible que con todas las evidencias no se hubieran tomado medidas antes?".
Decenas de miles de personas han sido envenenadas desde la mitad del siglo XIX hasta nuestros días. Y aunque es cierto que en las últimas décadas los trabajadores están más protegidos, los impactos en el entorno siguen siendo imperdonables. El reciente informe de Changing Markets (comentado anteriormente) sobre la industria de la viscosa refleja la realidad de unas fábricas que están contaminando el aire y las aguas de las zonas de producción, afectando a personas y ecosistemas. Son fábricas del "patrio trasero" del mundo, que proveen a las grandes marcas de ropa que lucimos principalmente en Europa y Estados Unidos. Las alternativas menos contaminantes a la producción de viscosa existen, pero se necesita más investigación para proponer nuevos métodos más limpios, y desde luego más y mejor regulación para impedir las atrocidades ambientales que se están cometiendo. La responsabilidad de las grandes corporaciones debería ser innegociable, y hay que exigir que se implementen de manera efectiva (Martínez, 2017).
Fake Silk es un libro sobresaliente que todos deberíamos leer; nos enseña sin estridencias ni altibajos que hemos de ser ciudadanos mucho más concienciados y críticos con la realidad que nos rodea y, bajo mi punto de vista, que debemos de exigir lo siguiente: (1) Que se investiguen las posibles amenazas a la salud de las personas y al entorno (en la actualidad hay decenas de miles de sustancias químicas en uso sin estudiar en profundidad); (2) Que se hagan leyes al respecto; (3) Que esas leyes estén en consonancia con la evidencia científica actualizada (por ejemplo, no lo está en el caso del glifosato o de la contaminación electromagnética); (4) Que haya mecanismos eficientes para comprobar que se cumplen esas leyes y se sancione debidamente a los infractores; (5) Que los intereses económicos no contaminen ninguno de los 4 puntos anteriores, y si lo hacen (que constantemente sí lo hacen) la sociedad tenga la capacidad de identificarlos y discriminar esa información
Algunos pueden pensar que todo esto es alarmismo innecesario. Hemos oído esta cantinela de la alarma social muchas veces: "Tranquilos, no pasa nada, no seáis alarmistas". Pero recordad que esa acusación de alarmismo es una forma de manipulación social empleada por el establishment, por los poderosos sin escrúpulos y sus cómplices o palmeros (Martínez, 2016). Este libro es una muestra más de que la realidad es mucho más aterradora de lo que podamos pensar, y que en estos casos es bastante más inteligente y coherente ser "alarmista" (que verdaderamente es exigir que se respeten nuestros derechos) que mirar hacia otro lado por ser un sinvergüenza o por ser, directamente, un estúpido.
Agradecimientos
Mi más sincero agradecimiento al Dr. Paul D. Blanc y al equipo de Changing Markets por contestar amablamente a varias cuestiones relativas a esta temática.
Referencias
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