Los proyectos de ley que se discuten este año en Massachusetts en relación a la necesidad de una mayor regulación de las exposiciones a Wi-Fi y otros emisores de radiofrecuencia nos están permitiendo conocer una realidad que, aunque algunos se empeñen en tapar o ridiculizar, existe y es muy preocupante.
Sharon Goldberg ha tenido la amabilidad y valentía de contarme con detalle su caso, el cual debe suponer un punto de inflexión en el modo en el que parte de la sociedad afronta esta cuestión.
En este post voy a relatar una historia que merece ser contada y conocida. No es un caso aislado, hay miles como este, pero el hecho de que sea una profesional de la medicina quien la protagoniza lo otorga un mayor eco.
Su perfil como médico
Sharon Goldberg nació en Estados Unidos, y se trasladó a Israel a estudiar medicina en Tel-Aviv University, Sackler School of Medicine, obteniendo su título en 1997. Poco tiempo después retornó a Estados Unidos para continuar su formación. En el Beth Israel Medical Center, en Nueva York completó su residencia en medicina interna. En 2000 obtuvo el certificado en medicina interna por la American Board of Internal Medicine, y desde entonces ha continuado su formación en otras especialidades, como en Medicina Tropical.
Desde 2001 hasta 2004 estuvo trabajando en el Mount Sinai School of Medicine de Nueva York, y desde entonces y hasta 2015 ejerció como profesora en el Mount Sinai School of Medicine (2004-2005), en el Albert Einstein College of Medicine (2006-2011), y en la Universidad de Miami, en el Miller School of Medicine (2011-2015).
Durante todo este periodo, Goldberg se ha especializado también en medicina integrativa, lo que le ha hecho obtener una visión más amplia de las ciencias de la salud, y así emprendió su carrera como consultora en Glow Health Miami, en 2016, un proyecto personal en el que combina su experiencia en medicina interna con la medicina integrativa.
Durante estos años de carrera profesional, la doctora Goldberg ha publicado artículos de investigación en revistas científicas, como Pyschiatry and Clinical Neurosciences, Atherosclerosis, y Journal of Diabetes and Metabolic Disorders.
El comienzo de su interés por los efectos nocivos de la radiación no ionizante
En 2014, cuando todavía estaba como profesora a tiempo completo en la Universidad de Miami, su departamento le dio un nuevo teléfono móvil, un obsequio de la propia universidad. Goldberg era usuaria de Blackberry pero ese año cambió a un iPhone, porque la mayoría de las aplicaciones médicas que empleaban estudiantes y los residentes que estaban a su cargo no se podían ejecutar en su Blackberry.
El día en que llevó su nuevo teléfono a casa tuvo una llamada de 20 minutos en la cual empleó el altavoz, cogiendo el dispositivo con los dedos pulgar e índice. Cuando finalizó la llamada, Goldberg sintió dolor y quemazón en el dedo índice, un dolor neuropático, similar al que un diabético puede sufrir en un pie. Esa sensación de ardor y dolor no se fue hasta que no pasaron 3 o 4 días. Esto hizo que rápidamente devolviera el teléfono móvil y pidiera que se lo cambiaran por otro con un menor SAR (tasa de absorción específica). Desde ese momento la doctora comenzó a interesarse por un campo que hasta entonces no había sido objeto de su atención; el efecto de los campos electromagnéticos sobre la salud. Se unió al Collaborative on Health and the Environment, y estableció lazos con otros científicos que estaban trabajando en esta disciplina. Ella misma empezó a leer literatura específica al respecto y a formarse sobre cómo detectar y medir esas fuentes de radiación.
Jóvenes enfermos
Sharon Goldberg siente que su motivación para estudiar los efectos de los campos electromagnéticos sobre la salud es similar a la de otros compañeros médicos, que se cuestionan qué causas hay detrás de que en los últimos 10-15 años esté enfermando tanta gente. Según Goldberg, investigadores interesados en la nutrición y/o en las enfermedades crónicas están abordando también el estudio de la radiación no ionizante, como uno de los posibles caminos para explicar esta situación.
Goldberg se pregunta por qué la mayoría de pacientes que ella tenía como internista al comienzo de su carrera eran de una edad avanzada (65 años en adelante), mientras que los enfermos que han pasado por sus manos y por las de sus compañeros en los últimos años tienen cada vez menos edad. Si antes los jóvenes que trataba tenían patologías bien definidas (abuso de alcohol, secuelas de drogas, SIDA, cáncer, enfermedades estructurales cardíacas, trastornos convulsivos, enfermedades autoinmunes…), los más recientes tienen múltiples comorbilidades: diabetes, historial de ataques cardíacos o infarto, enfermedad vascular, obesidad, etc. Goldberg destaca que ahora en Estados Unidos es rutinario ver personas de 30-40 años con varios diagnósticos, pero sin ninguna causa subyacente clara, y enfatiza en relación a su interés sobre la radiación no ionizante: “Esta es mi motivación, las personas de 30 y 40 años no deberían necesitar amputaciones de extremidades, diálisis, cateterismos, o cuidados paliativos”.
La sensibilidad de sus hijos
En este punto, la historia de la doctora Goldberg tiene elementos en común con la de otros científicos y profesionales de la medicina que valoran el amplio número de publicaciones que la literatura muestra advirtiendo de los efectos nocivos de la radiación no ionizante, y también de la observación de pacientes, compañeros, amigos y familiares. Todos estos investigadores sienten que los niveles de protección no son adecuados, y que no se está regulando con la suficiente responsabilidad. Hasta aquí, es una historia que incluso podría catalogarse como común entre un nutrido grupo de investigadores.
Sin embargo, lo que hace su caso más especial es lo que le está ocurriendo a sus hijos, un niño y una niña que han sido diagnosticados con intolerancia electromagnética, o lo que aquí en España conocemos como electrosensibilidad o electrohipersensibilidad. Goldberg explica en esta carta, fechada el 4 de abril de 2017, el caso, por lo que vamos a reproducir las líneas más reseñables.
“En mayo de 2016, mi hija de 2 ° grado sufrió mareos, náuseas y vértigo cada vez que se usaba la pizarra inteligente en su clase. Con exposiciones más largas (es decir, cuando la profesora ponía películas en la pizarra), la niña tenía confusión, náuseas muy intensas y mareos. A medida que avanzaba el año, desarrolló una pérdida de memoria a corto plazo y cambios de comportamiento significativos. La primera semana de verano, asistió a un campamento bajo múltiples torres de telefonía móvil y después de solo 2 horas, desarrolló lo que más tarde se reconoció como toxicidad aguda por radiación. Ella manifestó todos los síntomas que habían aparecido en la escuela, además de problemas neuropsiquiátricos más graves, muchos de los cuales duraron varios meses, incluyendo: hipersomnolencia, acatisia, un tic nervioso, llantos extremos sin razón aparente, arrebatos de ira y mareos crónicos. Durante este período, ella era muy sensible a la radiación del teléfono celular / Wi-Fi / torres de telefonía / y otros tipos de emisores de radiofrecuencia. Es de destacar que cuando los niveles de radiofrecuencia se midieron posteriormente en su clase, la densidad de potencia era extremadamente alta: 125000 μW/m², un nivel claramente asociado con muchos problemas de salud efectos, incluyendo daños en el ADN, cambios de comportamiento y dificultades de concentración). Afortunadamente, ella se ha recuperado, pero permanece sensible a la radiofrecuencia cuando se expone. Después de solo 3 días en la escuela este año estaba demasiado mareada y con nauseas para regresar a la escuela que tanto le gustaba».
Así, la hija de Sharon Goldberg, que ahora tiene 9 años, sufrió claros síntomas de electrosensibilidad. Los niveles de densidad de potencia en su clase estaban por debajo de los límites de referencia, por tanto, eran perfectamente legales. Aquí en España se permite hasta 4500000 μW/m², es decir, incluso 36 veces más. Sin embargo, como bien indica la doctora Goldberg, las recomendaciones sobre exposición derivadas de diferentes investigaciones recientes son mucho más restrictivas, por lo que la niña estaba expuesta a niveles muy superiores a los que algunos investigadores han propuesto (entre 1 y 1000 μW/m²).
Pero, poco tiempo después, su hijo que hoy tiene 7 años, comenzó a sufrir también problemas:
“En diciembre de 2016, después de comenzar en una nueva escuela, mi hijo desarrolló cambios progresivos en el comportamiento, similares a los asociados al autismo. Cada semana que pasaba se volvía más agresivo y violento, atacando a su hermana en muchas ocasiones, golpeándola y pateándola sin razón aparente. También tuvo un retroceso en su desarrollo y no quería vestirse, desvestirse o lavarse por sí mismo. Tenía frecuentes dolores de cabeza y dificultades severas para mantener la concentración. Después de dos meses en esa escuela, comenzó a atacar a otros miembros de la familia, incluyéndome a mí, y a su abuela que vivía con nosotros. Tenía ataques de ira en los que era muy difícil contenerse físicamente. Durante esos ataques él era a menudo destructivo. En febrero pateó una puerta corredera de ducha tan fuerte que se rompió. A principios de marzo, y después de que nuestra hija mencionara que el autobús escolar la había mareado mucho, decidimos experimentar y ver si al no montar en autobús cambiaban los resultados. Y sorprendentemente, después de 24 horas sin subir a ese vehículo, la violencia y agresiones de mi hijo pararon. No hubo más agresiones en el hogar aparte de varios episodios que ocurrieron después de fuertes exposiciones a la radiación fuera de la casa, y una vez terminada el año escolar mi hijo volvía a ser el niño normal y dulce que era. Sin embargo, después de dos días de reiniciar el colegio el mes pasado, mi hijo volvió a ser agresivo con su hermana”.
Sharon Goldberg enfatiza en su carta que sus dos hijos tienen un desarrollo completamente normal y saludable, pero cuando se exponen a radiofrecuencia empiezan a sentirse enfermos, cada uno de una forma diferente. El niño lo hace gritando y siendo agresivo mientras que la niña principalmente sufre mareos e indisposiciones. Y ambos lo hacen a la vez cuando van a establecimientos comerciales como Home Depot o Target donde están expuestos a radiación.
Todas estas circunstancias unidas a que su hogar es desde 2016 una “zona blanca”, es decir, libre de radiofrecuencia, les ha hecho establecer relaciones circunstanciales de causa y efecto. Goldberg decidió deshacerse de su contador telegestionable, la alarma, el router Wi-Fi (ahora emplean cable), además de implementar otros cambios para que sus hijos se encuentren tranquilos y saludables dentro de casa.
Como bien comenta Goldberg, en relación al caso de su hijo, los autobuses son un lugar donde la exposición a radiofrecuencia se multiplica. Al margen de que puedan llevar Wi-Fi incorporada, la radiación de los múltiples teléfonos móviles que están conectados (buscando continuamente repetidores al estar moviéndose) y cuyas ondas rebotan con la carcasa metálica del autobús, hace de este lugar una zona de alta inmisión.
Diagnosticados y buscando un lugar para llevar una vida normal
Sus hijos fueron diagnosticados por 2 pediatras como sensibles a los campos electromagnéticos, registrando el código ICD-10 como “efectos de la radiación”. El Distrito Escolar del Condado de Palm Beach aceptó a los niños en su programa de “Hospital a domicilio” en octubre de 2017.
Este es un programa que se usa para los niños con cáncer o enfermedad grave que están demasiado enfermos para asistir a clases normales, o porque se considera que no están lo suficientemente seguros allí. El programa incluye clases virtuales y es lo que la familia Goldberg está empleando a día de hoy a la espera de mudarse a una escuela con las condiciones de inmisión de radiofrecuencia que les permita asistir sin problemas, lo que está resultando tremendamente complicado.
Conclusión
He escrito mucho en esta web sobre los efectos adversos de la radiación no ionizante. Y lo he hecho buceando por la literatura científica, pero también observando los casos que conozco personalmente. Esto últimos son evidencias circunstanciales, pero constituyen una fuente de información para un científico cuando se multiplican en número. Pero incluso aunque fueran casos aislados (que no lo son) también merecerían la atención científica, y el reconocimiento social y médico.
El caso de Sharon Goldberg es importante para que sirva como palanca para animar a todas aquellas personas que están sufriendo algo similar pero que no se atreven a admitirlo por miedo al rechazo profesional y social. Lamentablemente, algunos radicales del cientifismo provocan que los que sufren se escondan por temor a represalias y burlas.
Es alentador que la doctora Goldberg admita que cuando le presentaba información sobre los efectos adversos de la radiofrecuencia a otros colegas médicos estos mostraran interés en saber más y en reconocer que hay evidencias notables de que esos efectos puedan existir. Aquí, en España, por desgracia, la situación probablemente es diferente. Sólo unos pocos médicos han tenido el coraje y el arrojo de defender públicamente una realidad que es constantemente atacada por el círculo pseudoescéptico. Qué error poner al mismo nivel la creencia paranormal con la existencia de la electrosensibilidad. Qué falta de respeto y qué incoherencia científica. Pero cuánto daño están haciendo.
La realidad es que no sabemos muy bien lo que está ocurriendo, pero dada toda la evidencia disponible, un buen científico debe al menos dudar, pedir más investigación, demandar precaución, y estudiar todas las posibilidades, aunque provengan de evidencias circunstanciales.
La doctora Sharon Goldberg está viviendo momentos muy duros con sus hijos pequeños, pero ha hecho el meritorio esfuerzo de contar su historia para poder ayudar a que otros niños y adultos no sufran de ese modo. Espero que esto sirva para que otras personas se animen a relatar su caso, y para que también la sociedad humildemente acepte que, dado todo lo que conocemos, lo más inteligente y honesto es minimizar la exposición.
Padres, directores de colegio, profesores, médicos, investigadores, reguladores y políticos: Escuchad, por favor.
Agradecimientos
Este artículo no habría sido posible sin la colaboración de Sharon Goldberg, quien ha atendido a mis preguntas de manera amable y cortés. Además, también estoy en deuda con Ángel Martín y Cecelia Doucette, quienes me ayudaron a llegar hasta Sharon.
1 comentario en «EL CASO DE SHARON GOLDBERG; NIÑOS ELECTROSENSIBLES»
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