Hemos hablado en profundidad en este blog sobre la maldad en el ámbito de la economía, política y negocios, siempre en el contexto de lo que ello significa para el caminar de la ciencia, y el modo de concebir y evaluar el sistema socioeconómico.
Sin embargo, podemos adentrarnos un poco más en ciertos aspectos de este temática, y hoy lo voy a hacer comentando una interesante obra, «Neurología de la maldad«, de Adolf Tobeña, quien a modo de ensayo, nos muestra las raíces de las mentes predadoras y perversas de una manera ciertamente accesible y certera.
Como es habitual en este tipo de entradas, haré un breve esbozo de lo que considero más destacado del libro, aderezado con algunos comentarios personales, y estableciendo además relaciones con otros contenidos destacados del blog. Por supuesto, esta nota sobre la obra no sustituye en absoluto la necesidad de la lectura pausada del original, un libro que merece la atención debida.
El autor
Como se indica en el libro, Adolf Tobeña es catedrático de psiquiatría en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), y tiene una dilatada trayectoria en investigación en neurobiología de las emociones.
Ha sido profesor visitante en el Institute of Psychiatry de la University of London y también en las universidades de Groningen, Tel Aviv, Venecia y Córdoba (Argentina). Ha recibido numerosos premios por su labor de investigación y divulgación, y presenta una amplia experiencia en el estudio del tema que nos ocupa; la maldad humana.
Psicopatía y maldad
Tobeña comienza el libro comentando los casos de Anders Breivik y Berdard Madoff, el asesino noruego y el financiero estadounidense, dos personas que ejemplifican la maldad individual de divergentes formas, a través del asesinato y la estafa, respectivamente. Sin embargo, ambos comparten la catalogación de psicópatas.
El autor, por tanto, intenta (con acierto), ilustrar que la psicopatía puede materializarse en diferentes formas de hacer el mal, no sólo la más terrible del asesinato, sino también en formas donde el daño a los demás sea no físico (aunque luego pueda tener consecuencias fatales, como los suicidios de víctimas).
Y son psicópatas porque tienen una conducta antisocial, y no son capaces de empatizar con los demás, tener sentimiento de culpa o percibir ciertas emociones. Hacen daño, y no les importa. Pueden tener también otros rasgos de personalidad (ver la escala Hare), y su prevalencia en la población general está en torno al 1% (aunque este porcentaje se incrementa en ciertos grupos como presos o altos ejecutivos).
Por tanto, la psicopatía es una rareza, sí, pero no por ello la perversión, la transgresión a las normas o los delitos lo son. Así, trata de ilustrar que según han mostrado diferentes investigaciones, existe un porcentaje de personas (aproximadamente un 20-30%) que cumple las normas en cualquier situación, un 40-60% cuyo comportamiento depende del contexto, y un 20-30% que las incumple sistemáticamente. Por tanto, hay el mismo porcentaje de personas que muestra un comportamiento cooperador y prosocial que el que se comporta de manera no cooperadora y antisocial. El contexto puede inclinar la balanza global hacia un lado o hacia otro, pero la idea de que independientemente de la situación siempre va a haber un porcentaje de personas proclives a la corrupción, engaño y conductas amorales parece, tristemente, una realidad.
Genética y entorno
El psicópata nace y se hace, pero fundamentalmente lo primero más que lo segundo. Al menos es lo que se puede interpretar del análisis que hace el autor de ciertos factores genéticos asociados a la psicopatía. Entre ellos está el gen MAO-A, que actúa en la regulación de la serotonina y dopamina a través de la producción de la versión A de la enzima monoamino oxidasa. Esto tiene consencuencias en conductas antisociales, agresivas y violentas.
Las hormonas pueden ser otro factor a considerar. El nivel de testosterona se asocia una mayor dominancia y agresividad, algo que se muestra en los hombres pero también en las mujeres.
Sin embargo, existe interacción entre las características genéticas y las condiciones de exposición al entorno, como haber sufrido malos tratos y otros traumas similares durante la infancia o adolescencia. De este modo, esos factores externos podrían servir como moduladores (potenciadores o inhibidores) de los comportamientos psicopáticos en la edad adulta dirigidos por el factor genético.
En cualquier caso, en este sentido Tobeña muestra que la psicopatía tiene un carácter en muchos casos «familiar», que puede persistir durante generaciones.
Necesidad de normas
Ya comentamos las tesis de Hobbes sobre la naturaleza humana y la necesidad de normas que restrinjan la posibilidad de que unos ejerzan el poder y la dominación impunemente sobre otros. En este sentido, una «mano invisible» que regule (como defiende la tesis neoliberal) es una total irresponsabilidad, porque en ese entorno la maldad consigue encontrar el mejor escenario para actuar y reproducirse.
El autor comenta diversas evidencias acerca del efecto de la vigilancia para evitar conductas antisociales, a través de las leyes, la policía e incluso la religión (con esa versión del dios castigador que hace reprimir ciertos comportamientos). Tobeña es claro en apostillar que es evidente que estas consideraciones no significan que se deba degenerar en un estado policial y de privación de algunas libertades básicas, pero sí que argumenta que estipular límites a ciertas conductas y establecer un sistema eficiente de vigilancia sobre ellas contribuye a su disminución.
Quizá cabría preguntarse cuál sería el papel de la educación y la cultura para actuar como auto reguladores en lugar de la amenaza del castigo externo.
Maldad en mujeres
Hay que reconocer la valentía del autor por tocar esta temática de frente, con datos en la mano (aunque quizá faltaría una mayor actualización de los mismos). Tobeña explica que la psicopatía no es ajena a las mujeres, aunque el porcentaje en la población general es ligeramente menor (entre el 0.5 y 1%).
Biológicamente hombres y mujeres difieren, y esta aparente obviedad tiene repercusiones a nivel muscular, hormonal y cerebral. El cerebro de las mujeres está mejor preparado para la empatía, y sus carcaterísticas corporales la hacen desarrollar menos fuerza que los hombres. Esto hace que la forma en la que realizan conductas malvadas sea algo divergente a los hombres, con menos presencia de agresiones violentas y más prevalencia de empleo de herramientas emocionales. Además, y como hemos comentado, el nivel de testosterona en mujeres se vincula con conductas agresivas, y las variaciones hormonales asociadas a su ciclo menstrual también influye en el umbral de irritabilidad.
Todos estos factores hacen que exista una realidad sobre la maldad femenina que está ahí, y que incluso se refleja sobre los datos de violencia doméstica, donde el autor aporta cifras de un ratio de homicidios cometidos por hombre/mujer sobre sus parejas en Estados Unidos de 62/38, frente al 70/30 de España. El autor enfatiza que está clara la descompensación entre este tipo de violencia (los hombres son claramente más violentos y las mujeres son víctimas más probables), pero destaca que esas cifras distan de la sensación que quizá hay en la opinión pública. En cualquier caso, las referencias sobre esas estadísticas son lejanas en el tiempo (la más actual es de 2004), y convendría una actualización.
Finalmente, Tobeña apunta otro hecho que la investigación ha mostrado en varias ocasiones, pero que también resulta polémico a veces comentar, y es que en mujeres más jóvenes existe una atracción por varones androgénicos (más testosterona, conductas más arriesgadas y dominantes) para establecer relaciones sexuales esporádicas, lo que hace que se incremente la probabilidad del «atractivo del malo», y que además contribuya al éxito reproductivo del malvado o del psicópata, y la perpetuación de su genética. Sobre este tema, ya hemos escrito en alguna ocasión en este blog, aunque los resultados están abiertos a una amplia discusión.
El autor, reitero, es claro en postular las diferencias entre hombres y mujeres en esta temática, pero no elude mostrar una realidad que también debe ser considerada sobre a la hora de evaluar el problema en su globalidad.
Neuroimagen y leyes
Tobeña presenta de manera amigable las zonas del cerebro que se asocian a conductas antisociales y, cuyas diferencias entre individuos puede explicar divergencias en la propensión a la maldad.
Sin embargo, el autor es prudente al explicar que existe todavía controversia sobre la capacidad de las técnicas de neuroimagen para predecir este tipo de conductas, y que las expectativas sobre su empleo en contenciosos jurídicos son quizá exageradas.
En la actualidad, hay ya casos en los que se ha usado la evidencia proveniente de esas investigaciones para modular las condenas y que determinadas condiciones biológicas actúen como agravante o atenuante en los juicios, pero siempre como completemento de otras evidencias, por supuesto.
El psicópata suele distinguir entre el bien y el mal, y eso es clave a la hora de establecer la intencionalidad de la conducta delictiva. No obstante, queda un amplio margen en el ámbito del Derecho para discutir en qué medida las diferencia biológicas (por ejemplo genéticas) podrían atenuar las condenas.
Comentarios finales
El hecho de que un porcentaje no trivial de la población (20-30%) sea proclive al engaño, las trampas, la corrupción, la manipulación, en definitiva, a realizar conductas antisociales independientemente del sistema de normas hace que se deba crear precisamente un entorno adecuado para que no tengan la oportunidad de proliferar. La intervención a través de regulaciones y protección frente a estas actividades malvadas dista mucho de la permisividad de la arquitectura del sistema socioeconómico actual, donde los depredadores de cuello blanco encuentran un terreno propicio a la consecución de sus objetivos.
El poder, la dominación, se hacen estentóreas con el dinero, y por tanto el narcisismo dirige uno de sus brazos a la medración social, a la búsqueda de lo material como símbolo del éxito, cueste lo que cueste, caiga quien caiga. De este modo, el rasgo maquiavélico también prolifera en entornos donde la manipulación interpersonal puede producir ascensos en el camino hacia la cima. Narcisismo, maquiavelismo y psicopatía: la triada oscura.
Hay que asumir la maldad como algo intrínseco a algunos seres humanos, o al menos a admitir que existen mecanismos biológicos que explican conductas antisociales. Pero el entrono puede moderar esa predisposición a la maldad, tanto potenciándola como inhibiéndola. Este hecho tiene múltiples implicaciones. Por ejemplo, a mis alumnos de marketing les diría que piensen acerca de cómo se deberían gestionar las ciudades (y cualquier otro espacio público o comercial) frente al vandalismo y otras conductas malvadas; el cuidado de los detalles, la limpieza continua, la ordenación, los diseños estéticos, los olores, las simetrías visuales, etc., todo ello son factores a gestionar que incrementan la probabilidad de una mejor convivencia y de sentir experiencias agradables (podríamos llevar a ese 40-60% de individuos «maleables» a la conducta prosocial), pese a que siempre debamos contar con ese porcentaje de individuos que no atiendan a las normas.
El autor incide en varias ocasiones en el problema individual de N=1, es decir, en el que debemos tomar decisiones sobre una única persona en base a evidencia estadística recogida sobre una muestra amplia de individuos. Es un viejo problema en ciencias sociales, y que aparece, por ejemplo, en litigios por posibles efectos secundarios de vacunas, y en otros múltiples escenarios relacionados con la salud.
El cómo intentar afrontar este problema será objeto de futuros artículos en este blog, pero ahora resulta esencial incidir en que se comprenda que los principios estadísticos no se pueden invalidar por casos individuales. Una evidencia particular no puede invalidar unos principios estadísticos, porque no estamos hablando de leyes deterministas (por ejemplo, el clásico argumento de que fumar no produce cáncer porque tu abuelo fumó dos cajas de cigarrillos al día durante toda su vida y murió de viejo a los 95 años). Esos argumentos no tienen sentido en ciencia, ya que estamos en el terreno de la causalidad probabilística.
Sin embargo, las evidencias circunstanciales tienen un papel importante si se miran de manera inversa. Es decir, y por ejemplo, si existen estudios que indican que tomar un determinado medicamento es seguro a nivel estadístico, eso no quiere decir que no se produzcan efectos adversos individuales causados por ese medicamento, pero que no contribuyen estadísticamente a producir diferencias. Ahora el caso particular puede ser muy relevante para dirimir las responsabilidades jurídicas.
Esta madeja de incertidumbres estadísticas plantean una desafiante cuestión jurídica sobre cómo actuar en el diagnóstico, seguimiento y valoración final de individuos particulares con psicopatía.
Cierro mis comentarios finales con la sensación de haber leído una obra que ciertamente ayuda a entender la maldad, y proporciona claves para poder defendernos frente a ella. Quizá su carácter divulgativo y dirigido a todos los públicos le haga profundizar menos de lo esperado en ciertas áreas que los lectores avanzados quizá demandarían, pero el libro presenta suficientes referencias para que los interesados puedan adentrarse en discusiones más potentes.