En este artículo publicado en Frontiers in Public Health, los autores miden la exposición a radiofrecuencia en diversos centros educativos suecos, con el fin de tener una idea del riesgo al que están sometidos los niños.
En el inicio del artículo hacen dos aseveraciones importantes. En primer lugar, dado que la educación es obligatoria por ley, los centros escolares deben ser seguros en cuanto a riesgos ambientales. En segundo lugar, la tecnología en las aulas no ha demostrado que aporte valor añadido educativo; de hecho, los efectos sobre los niños sí que existen, pero son negativos: disminución de la atención e incremento del tiempo de pantalla. Este último factor está ligado a depresiones, obseisdad, perturbaciones del desarrollo emocional, problemas de sueño y estrés, tal y como los autores referencian.
Los adolescentes pasan luego muchas horas delante del móvil y otros dispositivos conectados a internet, cuando acaba el colegio. Por ejemplo, en un estudio realizado en 2016 en un condado de Suecia, el 80% de los estudiantes de 16 años pasaban al menos 3 horas delante de una pantalla en su tiempo libre, y el 35% lo hacía 5 horas o más. Por tanto, incluir más horas de pantalla también en la escuela incrementae de manera relevante la exposición diaria de niños y adolescentes.
Hasta aquí todo lo comentado ya es de por sí preocupante porque se está introduciendo demasiado rápido y con mucha intensidad una tecnología que no ha probado sus beneficios a nivel educativo y que tiene los efectos negativos colaterales mencionados. Pero, además, está el posible riesgo derivado de la exposición a radiofrecuencia, que para algunos es controvertido, pero que como bien repasan los autores, existen amplias evidencias de su efecto biológico negativo (aquí los investigadores proveen un interesante repaso bibliográfico).
La ICNIRP estableció en 1998 unos niveles de referencia para frecuencias entre 10 MHz y 300 GHz que han adoptado la mayoría de los países. Lamentablemente, en 20 años, y tras cientos de investigaciones alertando de que es necesario revisar esos límites, la situación ha variado poco a nivel legal. Recordemos que esos valores de referencia protegen contra daños causados por efecto térmico al incrementar la temperatura de los tejidos 1ºC en exposiciones cortas de 30 minutos. No dice nada, por tanto, sobre cualquier otro efecto a corto o alargo plazo, ni acerca de otras condiciones de exposición (por ejemplo, en niños).
Suecia y otras naciones aplican las recomendaciones de la ICNIRP de 10000000 μW/m2 para frecuencias entre 2 y 300 GHz, mientras que en otros países como Italia, Rusia, Polonia, India y China el límite es 100 veces menor: 100000 μW/m2.
En 2012 el informe Bioinititative recomendó unos niveles de 3-6 μW/m2 aplicando un factor de seguridad de 10, ya que se habían encontrado efectos biológicos adversos densidades de potencia de 30-60 μW/m2. Como puede apreciarse, la distancia que hay entre los niveles amparados por la ley y lo que proponen numerosos investigadores es abismal.
En los colegios hay múltiples factores de exposición: routers Wi-Fi, teléfonos móviles, teléfonos inalámbricos, iPads y otros ordenadores conectados inalámbricamente, posibles antenas de telefonía cercanas, etc. De ahí la preocupación de muchos padres por conocer a cuánto se exponen sus hijos a diario. El objetivo de esta investigación es dar respuesta a esa cuestión.
Metodología
Los autores contactaron con varias escuelas, presentaron el proyecto, y finalmente 18 profesores de 7 colegios aceptaron participar voluntariamente. Los maestros debían portar un exposímetro en una pequeña bolsa en el hombre durante varios días. Ese dispositivo podía discriminar entre diferentes frecuencias y medir la densidad de potencia, tanto los picos como su valor promedio.
Resultados e implicaciones
El profesor con un valor promedio más bajo (1.1 μW/m2) enseñaba en un aula lejana de cualquier punto de acceso Wi-Fi y tenía su portátil conectado por cable. Los alumnos utilizaban portátiles pero un modo avión, y los móviles estaban prohibidos. De este modo, sólo se detectaron picos puntuales cuando el profesor estaba juntoa otros docentes que llevaban encendido el teléfono móvil.
En cuanto al profesor con mayor promedio (66.1 μW/m2), enseñaba en una clase cableada, pero donde los estudiantes y demás profesores conectaban sus móviles a estaciones base de telefonía externas para entrar a internet, debido al pobre acceso Wi-Fi en el propio centro.
Estos resultados podrían ser interpretados con optimismo, dado que reflejan exposiciones medias que son ciertamente leves. Sin embargo, al ser valores medios no reflejan fielmente la realidad de los picos y situaciones de alta exposición. Así, la mayor exposición ocurrió con un profesor que permitió a sus 20 alumnos conectar sus ordenadores al router del colegio y ver vídeos de Youtube. En ese caso, la media fue de 396.6 μW/m2 con picos de 3602.2 μW/m2.
Los autores, en un esfuerzo de relativizar sus resultados (que realmente se agradece), mostraron lo que habían obtenido estudios similares, los cuales vienen resumidos en la siguiente tabla:
Es importante remarcar, tal y como hacen los autores, que la señal Wi-Fi no es continua, y se transmite en paquetes pulsados, en lo que se llama «ciclo de trabajo» que es la proporción del tiempo que el aparato transmite la señal. Cada dispositivo tiene su ciclo de trabajo con el que se comunica con otros, y según un estudio realizado en colegios del Reino Unido, está en promedio en 0.08% para portátiles y en 4.79% para puntos de acceso. Esto quiere decir que los dispositivos emiten pulsos que pueden ser del orden de los milisegundos, dependiendo de la cantidad de información que transmitan. En ese estudio del Reino Unido, la mayor exposición en una clase de 30 portátiles y con un router a 0.5 metros era de 16600 μW/m2.
Limitaciones/Comentarios
Los profesores llevaron el exposímetro pero hubiera sido más indicado que lo hubiesen hecho los alumnos para tener una visión más real de la exposición. En cualquier caso, los resultados sugieren que el Wi-fi en las escuelas no expone tanto a los alumnos (en promedio) como las conexiones de teléfono móvil (cuando conectan con la estación base). Y esto es importante porque si los colegios prohiben el uso del móvil o regulan que se mantenga siempre en modo avión, la exposición final baja considerablemente.
Es evidente que lo ideal es tener una conexión por cable en las aulas. Pero si no es así, también se puede reducir la exposición conectando el modo inalámbrico de portátiles o tablets sólo en momentos puntuales, y estando en modo avión el resto del tiempo. Una mínima inversión en educar en este modo de comportamiento reduciría muchísimo la exposición. además, y como indican los autores, los routers deberían estar fuera de las clases. La tabla resumen que muestran los investigadores al final, recoge las principales recomendaciones:
En definitiva, esta investigación muestra que podemos tener a nuestros hijos en la escuela con un nivel bajo de exposición con sólo seguir unas sencillas normas básicas, y sin renunciar al uso de los dispositivos inalámbricos si la conexión por cable no es factible. El lector puede, rápidamente, analizar la diferencia entre adoptar esta razonable perspectiva que sugieren los autores, y la de los colegios donde los niños usan tablets desde los 6 años, sin ningún tipo de cuidado con respecto al tipo de conexión, la activación del modo avión, o el empleo de teléfonos móviles por parte del profesorado o adolescentes. En esos colegios donde priman las conexiones inalámbricas sin considerar los riesgos, la exposición de los niños es muy superior a los niveles recomendables del informe Bioinitiative. Cualquier educador que lea esto, debería tomar cartas en el asunto.
Hedendahl, L. K. et al. (2017).Measurement of radiofrequency radiation with a body-borne exposimeter in Swedish schools with Wi-Fi. Frontiers in Public Health, doi: 10.3389/fpubh.2017.00279
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