Si una de las principales razones por las que la esperanza de vida ha aumentado y muchas enfermedades infecciosas han disminuido es la adecuada separación de las heces de las actividades cotidianas del ser humano, hay lugares donde todavía existe una ley no escrita por la cual parece perfectamente adecuado que los niños y adultos convivamos con mierdas de perro. Uno de esos lugares es el “Parque de Santa Ana”, en el Polígono Residencial Santa Ana de Cartagena, lugar donde yo resido.
Ese parque, que también se llama “Parque de los Exploradores de la Región de Murcia” tiene unos 250000 metros cuadrados y es uno de los más grandes de la Región. No es un lugar salvaje, sino una zona ajardinada para el uso y disfrute de los ciudadanos, los cuales, particularmente los del barrio en el que habito, pagamos una cuota periódica para su mantenimiento. Ese parque tiene unas 24755 cacas de perro. Sí, habéis leído bien. Si queréis saber cómo he llegado a ese dato, os lo explicaré a continuación.
El problema
Tengo 2 niños muy pequeños con los que me encanta ir a los parques para divertirnos. Mi casa linda con el parque de Santa Ana, por lo que en apenas unos segundos mis hijos y yo nos podemos adentrar en él. Sin embargo, yo casi no llevo a mis hijos a ese parque. Lamentablemente, tengo que coger muchas veces el coche y los llevo a otros parques de Cartagena donde las condiciones de salubridad son algo mejores. Y es que, obviando otra serie de problemas que tiene este parque (instalaciones deficientes para niños, cristales rotos, etc.), hay un factor que sobresale de manera evidente; está infestado de excrementos de perro.
La investigación
Harto de esta situación y dándole vueltas a este problema se me ocurrió realizar una curiosa investigación. ¿Cómo estimar el número de mierdas de perro en el parque? ¿Cuántos metros cuadrados ocuparían todas las cacas juntas? Estas fueron algunas preguntas que se me ocurrieron como modo, no lo voy a negar, de que mi estudio sirviera como denuncia pública sobre esta situación vergonzosa y lamentable de tener uno de los principales parques de la Región de Murcia como cagadero de perros.
Para realizar esta investigación no he inventado nada nuevo, simplemente he empleado una herramienta que cualquier alumno universitario con algo de formación en estadística está capacitado para manejar, como es el muestreo aleatorio por conglomerados. Defino seguidamente las fases de mi estudio:
1. Delimitación de la superficie del parque
Lo primero que hice fue demandar a la Entidad de Conservación de mi barrio un plano del parque, obviamente sin decirles el motivo de mi petición. Amablemente me enviaron el plano, el cual comprendía una superficie de unos 250000 metros cuadrados, que es más o menos la superficie equivalente a 40 campos de fútbol.
2. Elección del método de estimación
Decidí tomar cada metro cuadrado como unidad muestral, por tanto el problema se reducía a obtener una muestra aleatoria de metros cuadrados en el que se midiera la característica a estudiar, en este caso el número y tamaño de las cacas de perro. Un muestreo aleatorio simple habría sido muy costoso para mí, porque habría supuesto ir inspeccionando metro cuadrado a metro cuadrado de la muestra seleccionada, cuyo tamaño habría sido de al menos 200 o 300 unidades con el fin de tener un error medianamente admisible.
La opción del muestreo aleatorio por conglomerados era menos costosa, e igualmente interesante, aunque sacrificaba un poco de precisión en la estimación. Este método consiste en dividir la población por zonas, y estudiar todas las unidades de cada una de esas zonas. De este modo dividí “artesanalmente” el plano del parque en 1239 cuadraditos de 200 metros cuadrados cada uno, lo que suponía unos 247800 metros cuadrados, que prácticamente cubrían la totalidad de la geometría del parque. Obviamente, al no ser una superficie regular, cometía un pequeño error, en este caso por defecto, ya que poco más de un 1% de la superficie del parque quedaba fuera de esa división, pero lo consideré poco relevante en aras de facilitar el trabajo de recogida de datos.
3. Identificación de los clusters
Idealmente un investigador debería tratar de determinar a priori el tamaño de muestra necesario para realizar una estimación con un error máximo admisible. Pero, en este caso, se me hacía muy complejo ese cálculo porque no disponía de datos sobre la varianza de la distribución de la característica a estudiar entre todos los clusters. Por tanto, lo que hice fue generar una gran cantidad de números aleatorios entre 1 y 1239, y escoger al azar 51 de ellos. Dado que, según mi experiencia, había en el parque lugares con muchas más cacas que otros, la varianza de la distribución sería bastante grande, por lo que escoger menos de 30 o 40 clusters probablemente producirían excesivos errores estándar, afectando a la fiabilidad de la estimación. Finalmente me decidí por 51, admitiendo que podía haber elegido un número mayor, pero que el arduo trabajo de contabilización y medición de las cacas habría hecho este estudio casi interminable.
En el mapa que muestro a continuación se pueden ver los clusters muestreados en rojo.
Me preparé concienzudamente para esta “misión”. Con mi inseparable mochila a cuestas, llevé unas picas de hierro que me servirían para delimitar los vértices de cada cuadrado, un metro para medir el largo y ancho de cada caca, y una libreta y un bolígrafo para ir registrando cada caca. Ese “cuaderno de campo” luego era transferido a una hoja de cálculo.
Como os podéis imaginar tardé varios días en hacerlo. Las primeras veces fueron las más “duras”, pero una vez que fui cogiendo práctica el tiempo que tardaba en inspeccionar cada cluster rondaba los 15-20 minutos. Como he dicho anteriormente, cada cluster tenía una superficie de 200 metros cuadrados, que no es más que un cuadrado de poco más de 14×14 metros.
5. Codificación
Identificar lo que era una caca de perro fue fácil. Aunque algunos elementos de árboles o plantas caídos al suelo podían confundirse con una caca, una inspección visual adecuada solucionaba las dudas. El tamaño mínimo para que la caca fuera registrada era de 1×1 centímetros. Cuando había varias cacas juntas (seguramente porque un perro había cagado varios truños en una misma deposición), entonces tomaba ese conjunto como una sola mierda.
6. Estimación
Para realizar las estimaciones seguí los consejos de Levy & Lemeshow (1999), quienes proveen unas sencillas fórmulas que pueden reproducirse sin problemas en una hoja de cálculo. Básicamente, se trataba de estimar el error estándar del número de cacas totales del parque y de la superficie de cacas totales. Para ello había que, primeramente, calcular la desviación típica entre-clusters de ambas características, y corregirlas por el factor de finitud poblacional (la población es finita, recordemos). Una vez calculado el error estándar, se puede construir un intervalo aproximado al 95% de confianza. Esto significa lo siguiente: 95 de cada 100 veces que se realice este experimento el intervalo de confianza generado (que será diferente para cada experimento) contendrá el valor poblacional. Los investigadores aplicados solemos admitir esta frase como una cierta garantía de que nuestros resultados son confiables, siempre que la amplitud del intervalo no sea excesivamente grande.
Dejo aquí también la hoja Excel con los datos brutos, por si alguien quiere supervisar mis cálculos (meter la pata es más fácil de lo que parece). En esa base de datos puede verse la distribución de cacas por cluster, por lo que podéis hacer los análisis descriptivos que estiméis oportunos.
7. Resultados
Llegados a este punto estamos ya en disposición de calcular los principales resultados de la investigación, que son los siguientes:
– Hay 24755 cacas en el parque, con un intervalo de confianza al 95% de (18287 ; 31224).
– En cada cuadradito de 200 metros cuadrados hay un promedio de 20 cacas, con un intervalo de confianza al 95% de (14,8 ; 25,2)
– Hay 23,2 metros cuadrados de mierda en todo el parque, con un intervalo de confianza al 95% de (16,7 ; 29,7)
8. Discusión de resultados y limitaciones
El parque de Santa Ana tiene casi 25000 cacas equivalentes a una superficie total de más de 23 metros cuadrados, lo que retrata perfectamente cuál es la situación que quería denunciar. Ciertamente hay lugares con menos cacas que otros, pero en todos los clusters (excepto en uno de ellos) he conseguido identificar al menos una caca. En 13 de esos 51 clusters había más de 30 cacas, lo que indica también que hay muchas zonas con un nivel de mierda extremadamente alto.
Probablemente la estimación que he realizado esté un poco sesgada a la baja. El parque tiene zonas de árboles de difícil acceso a la parte del tronco, con muchas ramas y hojas caídas al suelo que dificultan la inspección visual, por lo que es posible que en determinadas zonas haya dejado escapar alguna caca.
Es preceptivo indicar, asimismo, que el error en la estimación es grande (un 26% sobre el valor estimado), pero como he dicho anteriormente esto es debido por la alta variabilidad de cacas en los clusters y el tamaño de muestra pequeño. Si hubiera elegido 100 clusters en lugar de 51, el error hubiese sido menor. No obstante, a efectos de denunciar esta situación, creo que el resultado es lo suficiente esclarecedor, admitiendo que la estimación podría ser más precisa (intervalos de confianza más pequeños).
Conclusión
He pasado varios días caminando entre mierdas de perro, acercándome a ellas para medirlas, lo que me ha llevado a desarrollar una extraña habilidad para identificar cacas en cualquier parte. Ha sido una labor ingrata, pero que a veces ha resultado divertida (mis hijos me acompañaron en alguna ocasión y me ayudaron a identificarlas: “¡Papá, otra caca aquí!”). Muchos vecinos que paseaban por el parque me observaban con curiosidad preguntándose qué hacía un tipo con una mochila y una libreta en la mano mirando al suelo y apuntando cosas, incluso una vez varios cuidadores del parque me “persiguieron” en su camión para ver qué es lo que estaba haciendo, aunque finalmente no se atrevieron a preguntarme.
Tener miles de cacas de perro repartidas de esa forma en el parque hace que no haya zonas libres de cacas, y que los niños no puedan jugar en ninguna parte sin interactuar con ellas. Tampoco los adultos podemos sentarnos a tomar el sol, o pasear tranquilamente sin tener el peligro de pisar una mierda o comer un bocadillo al lado de un gran zurullo.
Es una situación lamentable que deseo que se solucione pronto. Supongo que habrá alguna manera de hacerlo, y espero que los vecinos se conciencien acerca de que el parque no es un descampado, y que tienen que recoger las cacas de sus perros y tirarlas a la basura. Las autoridades también podrían poner de su parte, adecuando alguna zona específica para que los perros hagan sus necesidades e incrementando la inspección y las sanciones para aquellos dueños que no recojan sus cacas. Otra opción es admitir abiertamente que el parque es un cagadero de perros, y así todos tendríamos claro a lo que nos enfrentamos si llevamos a nuestros niños allí. Al fin y al cabo, en el resto de las zonas ajardinadas de Santa Ana, la situación es similar a nivel de cacas (dejaré para algún valiente la labor de la estimación de cacas en otras zonas pequeñas ajardinadas del barrio). Las aceras no son una excepción, y también es habitual ir paseando sorteando mierdas.
Pero cedo las posibles soluciones para la creatividad de otras personas. Mi labor aquí era la de denunciar una situación tristísima a través del uso del método científico, haciendo una investigación novedosa, y demostrando que las herramientas estadísticas se pueden emplear para responder a preguntas cotidianas.
Algunos pensarán que esta investigación es estúpida, o que no hacía falta tanta sofisticación para denunciar la cantidad de mierdas que hay en el parque. Mi opinión es que este estudio sí que tiene valor, porque le da un sustento científico a una situación que estaría sujeta a la diversidad de opiniones. Tras este estudio hay poca discusión posible sobre el número de mierdas y superficie de excrementos que hay en el parque; aquí están mis estimaciones, e invito a cualquier otra persona a que replique mis resultados.
Todos hemos orinado alguna vez en un árbol, o hemos escupido en el suelo, o incluso cuando éramos pequeños hemos hecho caca en algún descampado ante la imposibilidad de encontrar un wáter cerca. Pero esto no tiene nada que ver con utilizar un parque público sistemáticamente como cagadero de perros. Repito, es una situación lamentable, despreciable y denunciable.
24755 cacas y 23,2 metros cuadrados de mierda repartidos por el suelo. Eso es el parque público de Santa Ana en Cartagena. Creo que algunos se han quedado todavía en el Medievo.