En los últimos días han surgido varias noticias que me han hecho decidir escribir este post:
La primera de ellas hace referencia a un fraude con medicamentos depresivos para adolescentes; Un reanálisis de un estudio financiado por GlaxoSmithKline y publicado en 2001 en la revista Journal of the American Academy of Child & Adolescent Psychiatry muestra que sus resultados son más que cuestionables. El estudio original, un ensayo clínico, indicaba que la paroxetina y la imipramina eran eficaces para tratar la depresión en adolescentes. Sin embargo, este nuevo estudio no sólo pone de manifiesto que esa mejora respecto al placebo es no significativa, sino que existen efectos secundarios importantes como las tendencias suicidas. Parece, por tanto, un nuevo caso más de perversión en la industria farmacéutica y en algunos investigadores.
La segunda de ellas es la continua aparición de efectos secundarios de la vacuna del papiloma humano. Varias asociaciones europeas de afectados han notificado a la Agencia Europea de Medicamentos 352 muertes y miles de casos de niñas dañadas (más de 45000). Esta vacuna es muy polémica desde su implantación por la cantidad de profesionales sanitarios que pidieron un retraso en su diseminación por el sistema sanitario debido a las múltiples dudas que generaba sus ensayos y la poca prevalencia de este tipo de cáncer. Aún así, hay determinados sectores sanitarios que niegan este problema evidente.
La tercera de ellas es la aparición de un brote de tos ferina en un pueblo de Navarra, afectando a 13 personas, de ellas 5 no vacunados. Como indica este otro artículo del Doctor Juan Gervás, parece que los brotes de tos ferina son una realidad en muchos países desarrollados donde la población está vacunada casi en su totalidad, lo que lleva a planteamientos relacionados con el todavía poco entendimiento de esta bacteria, su capacidad para mutar, y el cuestionamiento de la efectividad de la presentación acelular de la vacuna. Como indica este nuevo estudio, la tos ferina se está transmitiendo principalmente a través de las personas que han sido vacunadas.
Y la cuarta de ellas se refiere a la descripción de varios casos de mujeres en algunas ciudades de Estados Unidos que han sido apartadas de sus hijos por tomar drogas «no legales», como las metanfetaminas, durante el embarazo, dado que en ese país existen leyes que protegen a los niños desde que están en el vientre de la madre (aunque no en todos los estados por igual). De este modo, si se demuestra al nacer que el niño ha estado expuesto a ese tipo de sustancias, la ley actúa sobre los padres.
Estas cuatro noticias, aparecidas en apenas una semana, ponen sobre la mesa varios temas importantes: (1) que hay numerosos estudios científicos manipulados y que la presión de las farmacéuticas y la poca ética de algunos investigadores está causando, literalmente, muertes en la población medicada que podrían ser evitables; (2) que parte de la opinión pública y de estamentos ligados a la ciencia no está considerando los cuantiosos efectos adversos de vacunas como la del papiloma humano (con centenares de muertes que podrían estar ligadas a esa vacuna); (3) que, pese a que hay vacunas que son necesarias y eficaces, nos estamos dando cuenta de que hay otras que deben mejorar; (4) que se debe responsabilizar a los padres del daño ocasionado a la salud de sus hijos cuando cometen voluntariamente acciones como consumir drogas, pero también que hay que discutir en qué medida debe el Estado o las farmacéuticas asumir también esa responsabilidad cuando hay enfermedades atribuibles a la vacunación.
Pese a que esta temática es muy compleja y enseguida algunos tienden a «calentar» demasiado el debate, la intención de este post es comentar mi caso personal cuando traté de plantear estos mismos argumentos a varios científicos durante el pasado mes de junio.
El foro de ecuaciones estructurales (SEMNET)
Soy participante de este foro desde hace unos 10 años, y puedo decir que he aprendido mucho discutiendo con algunos de los mejores científicos sociales, matemáticos y metodólogos del mundo. Desde luego que me queda todavía muchísimo más por aprender de estos grandes personajes de la ciencia, que tienen la deferencia de dedicar parte de su valioso tiempo a resolver dudas metodológicas de investigadores más modestos como yo. El foro trata, esencialmente, sobre ecuaciones estructurales, filosofía de la ciencia, causalidad y modelización, pero de vez en cuando las discusiones derivan hacia algún tema off-topic, que casi siempre se difumina rápidamente.
Como he dicho, la causalidad es uno de los temas centrales del foro, y a comienzos de junio de 2015,Emil Coman, investigador en las universidades de Connecticut y Yale, lanzaba un llamamiento en el foro a los «popes» de la investigación causal para ayudar a dilucidar un caso relacionados con un posible efecto adverso de la vacuna triple vírica (sarampión, paperas y rubeola).
El caso de Nicholas Wildman
Emil Coman enlazaba esta noticia, que comentaba el caso del niño Nicholas Wildman, que en 1997, y tras recibir la vacuna de la triple vírica con 1 año de edad, empezó enseguida a tener síntomas preocupantes. Unas pocas horas después del acuciante y violento llanto del niño, su estado ya no era como antes, ya no jugaba con su hermano, no se comunicaba con sus padres…y un año después le fue diagnosticada una discapacidad intelectual severa, que le hace ir todavía con pañales. Varios médicos muestran en ese artículo su negativa a relacionar la vacuna con esa discapacidad, incluso la OMS indica la inexistencia de pruebas, aunque médicos como Juan Gervás indican que 1 entre 1 millón de niños pueden desarrollar encefalitis tras la vacuna y, por tanto, derivar en problemas de retraso mental.
Los padres de Nicholas llevaron el caso a la Office of Special Masters of the U.S. Court of Federal Claims, una especie de juzgado alternativo a los tribunales civiles para hacer más ágiles ciertos contenciosos como, por ejemplo, las reclamaciones por daños de las vacunas. Hay que destacar que en Estados Unidos existe un fondo compensatorio para los afectados por efectos no deseados de las vacunas que se financia con 0.75 $ de cada vacuna comprada. Sin embargo, no todas las reclamaciones finalizan con una indemnización, porque se debe probar una preponderancia de evidencia de que efectivamente ese problema denunciado se debe a la vacunación. En cualquier caso, y tal y como relata la noticia, algunos piensan que el tribunal prefiere errar siempre para el lado del dañado, porque admite que la ciencia no siempre proporciona resultados claros, pero aún así, otros piensan que ponen el listón demasiado alto. Sin embargo, desde el propio Departamento de Salud de Estados Unidos, se tiene a la encefalitis y a otros problemas más graves como posible efecto secundario de la vacuna triple vírica.
Lamentablemente, para el niño Nicholas Wildman, los jueces no encontraron evidencia suficiente para relacionar su discapacidad con la vacunación. Probablemente uno de los motivos para tomar esta decisión es que el niño empezó a mostrar síntomas inmediatamente después, cuando el Departamento de Sanidad establece un periodo mínimo de 5 días.
En cualquier caso, este informe de IOM (Institute of Medicine), por encargo del Departamento de Sanidad de Estados Unidos, apoya la evidencia causal entre la vacunación de la triple vírica y la encefalitis, incluso dentro de una ventana temporal de 1 año. Para realizar ese informe se revisaron estudios epidemiológicos y de laboratorio, y se estudiaron 158 efectos adversos reportados al Departamento de Sanidad. Uno de los resultados más importantes del estudio es que la gran mayoría de efectos adversos (135) no pueden aceptarse o descartarse como causales, es decir, existe una gran incertidumbre todavía sobre muchos de los daños en la salud reportados y que se atribuyen a las vacunas.
Reacciones en el foro
Fui uno de los primeros en contestar a Emil, una vez que Paul Thompson, del Instituto de Investigación de Sanford, respondiera que la vacunación era, literalmente, «un problema resuelto», que aunque reconoce que hay efectos secundarios, las vacunas son incuestionables, incluso la de la gripe.
Ante esa respuesta, mi intervención fue advertir que la vacuna del virus del papiloma humano está siendo cuestionada en España desde su implantación, que varios miles de profesionales de la salud en España pidieron su moratoria, que había múltiples casos de efectos adversos en nuestro país, y que había médicos e investigadores que no consideraban todas las vacunas iguales, siendo precisamente la del papiloma humano y la de la gripe las más polémicas. En este caso mi postura era clara, yo no soy un anti-vacunas, pero conociendo cómo se las gasta la industria farmacéutica, los conflictos de intereses de algunos gobernantes y médicos, la evidencia defendida por diversos investigadores, y el anormal número de casos reportados sobre efectos colaterales graves, mi decisión a día de hoy era no vacunar a mis hijos contra el virus del papiloma ni contra la gripe.
Enseguida varios miembros del foro me acusaron de ser un anti-vacunas. Investigadores de la talla intelectual de Stas Kolesnikov se burlaron, y de nuevo Paul Thompson contestó usando un lenguaje totalmente fuera de tono y radical diciéndome literalmente que me callara («shut up»). Obviamente respondí de nuevo argumentando que ese tono fascistoide era un insulto, y que lo único que hacía era aportar esa información y tomar una decisión en base a ella, en este caso no vacunar a mis hijos y cuestionar la eficacia de esas vacunas. Ciertamente algún otro miembro del foro se atrevió a darme la razón, como Joshua Pritikin, de la Universidad de Virginia, pero los «palos» que me llevé fueron mucho más grandes que las muestras de apoyo. Jeremy Miles, que entre otras ha estado en la Universidad de York, me dijo que estar en contra de una vacuna me convertía automáticamente en un anti-vacunas.Johannes Textor, de la Universidad de Utretch, y uno de los investigadores más prometedores en algoritmos causales, me dijo que «no sabía si era verdad lo de los miles de profesionales sanitarios que firmaron ese manifiesto para la moratoria de la vacuna del virus del papiloma», lo que me indignó profundamente, ya que no tenía por qué dudar de mi palabra y, de todos modos, una simple visión de la web que hablaba sobre ello habría bastado (pero claro, leer en español no es muy popular).
Enseguida salió también a colación lo de la muerte del niño español por difteria (como esta noticia era en inglés entonces sí era fácil de leer), lo que también se interpretó como una muestra de la «cruzada contra los anti-vacunas» que es necesaria según varios de los miembros del foro.
Como contrapunto a estos ataques hubo aportaciones interesantes. Una de ellas fue del propio Johannes Textor, quien aportó un detalle que desconocía, y es que dos de los investigadores que normalmente se citan al hablar de efectos perversos de las vacunas, Lucija Tomljenovic y Christopher A. Shaw son sospechosos de ser financiados por los grupos anti-vacunas, y de publicar estudios en revistas con prácticas predatorias (favorecen publicación a cambio de pagos sin tener un proceso adecuado de revisión por pares). Otros «foreros» enlazaron artículos interesantes sobre causalidad que abordaban precisamente la problemática de estudiar los «efectos de las causas» en contraposición a las «causas de los efectos». La primera concepción es más fácil dilucidarla a través de estudios de laboratorio y epidemiológicos, pero la segunda (que es en realidad en la que principalmente están interesados los jueces cuando hay casos de efectos dañinos como los relatados aquí) es mucho más complejo determinarla.
No hay vacuna 100% segura
Ciertamente es una realidad, pero hay que luchar por exigir el 100%. Este artículo retrata muy bien esa afirmación. La autora comenta el caso de un niño que en 1990 recibió la vacuna de la polio, y desarrolló la enfermedad. Era un caso conocido de riesgo, ya que esa vacuna producía 1 caso de polio por 2.4 millones de dosis, a menudo en personas con un sistema inmunológico débil. Luego llegó una versión de la vacuna más segura. Los ensayos con las vacunas no tienen una muestra suficiente para detecta el riesgo de un caso por 10000 o 100000 personas, por lo que la única forma de ver esos riesgos es a través de su puesta en circulación con la población real. Este tema de la necesidad de muestras extremadamente grandes, y la imposibilidad de obtenerlas en pruebas de laboratorio, ya lo comenté cuando hablé del caso de las manzanas cancerígenas, el famoso Alar scare.
La autora indica también que durante la vacunación de la epidemia de gripe A de 2009-10, se dieron 60 casos de narcolepsia entre niños de 4 a 19 años. Habían recibido la H1N1 vacuna Pandemrix, hecha por GlaxoSmithKline. Otro cluster de narcolepsia fue encontrado en Suecia. La vacuna del rotavirus en 1999 fue suspendida en Estados Unidos después de 15 casos de problemas intestinales en niños. Se estima que ocasionó 1 caso entre 10000 vacunados. La autora dice que la actual vacuna del rotavirus puede ocasionar esa enfermedad en 1 de cada 100000 a 1 millón de niños. Concluye que en otros casos de enfermedades como el síndrome de Guillain-Barré la evidencia es inconclusa, y que hay pocos datos todavía para establecer una relación causal. En definitiva, hay que reconocer varios episodios preocupantes en las últimas décadas, y reconocer humildemente que hay, como he comentado antes, muchos daños colaterales que se atribuyen a las vacunas que no están probados, pero tampoco se ha podido probar lo contrario.
Conclusión
En este post he querido relatar el radicalismo de personas que son extremadamente inteligentes, reconocidos investigadores que, sin embargo, no son capaces de aceptar que otras personas cuestionen algunos tópicos científicos, cuando hay una evidencia sólida de que tienen que ser, como mínimo, efectivamente sujetos a debate. Un radicalismo impropio de lo que debe ser la ciencia, dogmático y talibán, que creo que en ocasiones tiene que ver con ese concepto de: «Se es más científico cuando menos se tengan en cuenta otras posibles explicaciones alternativas». Es un falso escepticismo, que en lugar de dudar de todo, se vincula a dogmatismos, donde cualquier voz discordante es sinónimo de brujería, superstición, parapsicología, etc. Es una nueva forma de totalitarismo intelectual que merecerá la pena comentar tranquilamente en un futuro post. Si algo nos ha enseñado la historia de la ciencia es, precisamente, que lo contrario a ese dogmatismo es la postura más sabia. Y, desde luego, eso no es impedimento para luchar contra la charlatanería y la mala ciencia, pero esa «mala ciencia» no está solo en el lado de los llamados perniciosamente «magufos» y otros términos despectivos (los dos protagonistas del reportaje son un ejemplo de ese radicalismo científico, hacen muy bien en luchar contra los charlatanes y su trabajo es meritorio, pero a menudo son incapaces de reconocer posturas y evidencias contrarias a sus tesis, cayendo además en el desprecio hacia sus oponentes).
He vacunado a mis hijos con TODAS las vacunas del calendario, pero no lo voy a hacer (con la evidencia que conozco a día de hoy – puede que cambie en el futuro) del virus del papiloma humano. Tampoco de la gripe. De la varicela no me hace falta porque la pasaron con 3 y 1 año, pero también me plantearía hacerlo si tuviera que tomar esa decisión. Y si volviera atrás, me replantearía vacunarlos de alguna otra (quizás del neumococo). Pero seguiría vacunándolos de las demás enfermedades. ¿Me convierte eso en un anti-vacunas?, ¿tengo un comportamiento anti-social?, ¿soy menos científico por tomar esa decisión? Para algunos sí que lo soy. Repito que con base a las evidencias que he encontrado y a toda la información manejada, me parece prudente hacerlo, y evidentemente asumo el riesgo de equivocarme.
Y termino haciendo referencia a la cuarta noticia que comentaba al principio. Los hijos sufren por las decisiones (malas) de sus padres, y en algunos lugares de EEUU se condena a los padres por tomar drogas ilegales en el embarazo. En el caso que he contado de Nicholas Wildman, ¿de quién es la responsabilidad de su discapacidad? El tribunal no ha contemplado que fuera causa de la vacuna, pero ¿y si lo fuera? ¿bastaría sólo una remuneración económica o sería exigible castigos para las farmacéuticas o el Estado equivalentes a los impuestos a una madre que se le quita la custodia de un hijo y se la encarcela por tomarse un Valium? No pretendo hacer demagogia con esto, pero he querido plantear esa pregunta (probablemente exagerada) para estimular la reflexión sobre la completa indefensión de los niños ante las decisiones de los padres; unos padres que, en su mayoría, suelen confiar en el «sistema». Pero las evidencias «científicas» en las que se apoya el sistema no son incuestionables, al menos no todas lo son, y es nuestro deber como padres luchar de buena fe para que esas decisiones que tomamos sobre la salud de nuestros hijos tengan el menor riesgo posible (incluso un riesgo cero). Y eso no nos convierte en proscritos.