Interesantísimo artículo de Miguel Jara sobre la posible presencia de metales pesados en las vacunas en cantidades no declaradas. Jara comenta el reciente estudio publicado en el International Journal of Vaccines & Vaccination en el que los investigadores encontraron diversas sustancias tóxicas en casi la totalidad de las 44 muestras de 30 vacunas diferentes analizadas.
Pero no es un hecho aislado, porque varias personas que han visto como sus hijos morían en eventos que ellos asociaban a la vacunación, tras enviar muestras a laboratorios, encontraron concentraciones de elementos químicos que no concordaban con lo que especificaba el fabricante, según cuenta Jara:
Los resultados confirman que hay más componentes en estos medicamentos de los que nos cuentan las autoridades sanitarias y los fabricantes.
Además, en compuestos sí declarados, como el polémico aluminio, las cantidades no se corresponden con lo anunciado, son mucho mayores
Hace pocos meses, comenté un artículo publicado en el British Journal of Clinical Pharmacology, donde se analizaban reacciones adversas a medicamentos, incluyendo vacunas entre 2001 y 2010:
En esos 10 años se reportaron un total de 3504 casos, de los cuales un 76,28% fueron eventos asociados a la vacunación. De esos 2673 casos de vacunas, 19 niños murieron y 350 no se recuperaron de las consecuencias de los efectos adversos
Ante la difusión de este artículo, un pediatra de Atención Pediatra decía lo siguiente por Twitter: «Barbaridades como estas pueden hacer mucho daño. Los que las difunden ¿tienen alguna responsabilidad?»
Fijaos la increíble frase de este médico, que dice que es una barbaridad comentar los resultados de un artículo científico publicado en una revista de muy alto impacto, y que hice de manera literal. ¿Por qué es una barbaridad que la gente sepa los hechos adversos asociados a los medicamentos en niños menores de 2 años, incluyendo la vacunación? ¿En qué mundo vive todavía este médico para decir semejante chorrada?.
El año pasado, cuando en un foro de científicos de diferentes áreas dije que dudaba seriamente de la efectividad de las vacunas del VPH y de la gripe, y también de la necesidad de la vacuna de la varicela, viví esta desagradable experiencia que cuento en uno de mis artículos.
El radicalismo científico, el falso escepticismo, es una lacra para la ciencia. Cuestionarse la idoneidad de algunas (repito, algunas) vacunas en base a diferentes estudios y observaciones no es ir en contra de la ciencia, ni ser un brujo o una palabra que tanto gusta a los radicales cientifistas: magufo.
Hay que recordar a esos talibanes científicos que la ciencia, desde siempre, comienza con la observación, para plantear hipótesis sobre la causa de diversos fenómenos y su modelización. Después, la evidencia empírica nos debe indicar en qué medida nuestras hipótesis iniciales sobre esas observaciones y su mecanismo de relación están apoyadas o no, es decir, tratar de separar la ilusión de la realidad (algo que a menudo es muy complejo), meta central de los filósofos realistas moderados.
Y ¿qué estamos observando? Pues tenemos suficientes observaciones para plantear la hipótesis de que algo turbio sucede con las vacunas (al menos con algunas de ellas). Ahora necesitamos más datos, más investigaciones y más evidencias para corroborarlo. Pero el mero hecho de sólo plantearlo no es anticientífico, todo lo contrario, sigue la lógica del inicio de la búsqueda de conocimiento.
Esto no es ser antivacunas; las vacunas salvan vidas, muchas de ellas son necesarias y eficaces. Pero, ¿nos están ocultando información? ¿Están enfermando niños a causa de mala praxis que podía ser evitable? Exijamos más información, necesitamos científicos valientes, independientes, y sin miedo a ser señalados como proscritos por investigar estos temas.
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