En este breve comentario publicado en Biomedical Journal of Scientific & Technical Research, el autor realiza una interesante reflexión sobre la deriva de la ciencia ante la injerencia de los intereses políticos.
La censura de la Administración Trump al Centro de Control y Prevención de Enfermedades (prohíbe usar palabras como «feto», «transgénero», «diversidad», «subsidio», «basado en pruebas», «basado en ciencia», «vulnerable»), es un retroceso importante para el papel que la ciencia debe jugar en la sociedad.
El autor alerta sobre el peligro de permitir que se decida sobre los conceptos que deben ser usados y aquellos que no. No sólo es un ataque a la ciencia, sino también a la democracia.
Hay un claro elementro político e ideológico sobre ello. El autor pone un ejemplo al respecto, citando la investigación de Kaufman et al. (2016), publicada en The Lancet, y premiada como el mejor estudio epidemiológico de 2016 por la International Society for Environmental Epidemiology, donde la concentración de material particulado PM2.5 y otros contaminantes provocados por el tráfico se asocia con un incremento de la calcificación de las arterias coronarias. Así, los debates sobre el cambio climático no deben estar bajo la responsabilidad de los políticos, sino que pertenecen a todos los ciudadanos del planeta.
Por tanto, y como bien concluye el autor, debemos luchar con toda nuestra energía frente a los ataques a los mecanismos que nos pueden mostrar las causas de las enfermedades y la muerte. De este modo, las palabras no pertenecen a los políticos, sino a la sociedades, y como tal debemos decidir cómo emplearlas.
Comentarios
Este interesante artículo del autor invita a reflexionar sobre un tema que, en mi opinión, está viéndose lamentablemente alentado en nuestro país, y es la censura de ciertos conceptos porque un sector de la comunidad científica los considera pseudociencias.
En particular, resulta extremadamente triste la postura frente a los efectos de la radiación no ionizante (antenas, móviles, Wi-Fi, cables eléctricos, etc.) sobre la salud, con frases como esta: «La radiación que emite un móvil, una red wifi o una antena telefónica es, por lo demás y según todas las investigaciones publicadas hasta la fecha, incapaz de generar ningún efecto en nuestro cuerpo«.
Esta situación ha llevado a que, por ejemplo, la Real Academia Nacional de Medicina (RANM), rechazara las conclusiones y no permitiera firmar una declaración de científicos en su sede, sobre los efectos nocivos de los campos electromagnéticos.
Es extremadamente grave que se hayan publicado cientos de artículos mostrando ese efecto biológico pernicioso, y que se siga hablando todavía en esos términos, que ni siquiera dejan un lugar a la duda científica.
Ni la ciencia ni la sociedad deben permitir que se censure, se controle o se pervierta ningún tópico que tiene una justificación plausible, y que se aborda siguiendo el método científico.
El comportamiento de algunos de esos auto llamados científicos «escépticos» (en una perversión también del significado de esa palabra) no se diferencia mucho del de Trump. De hecho, incluso puede que sea más peligroso al impedir avances sociales en defensa de personas vulnerables, como las electrosensibles. Honestamente pienso que no todos los científicos escépticos son así, incluso hay personas de gran calidad humana y profesional, pero que probablemente adoptan esa postura porque desconocen la literatura (multidisciplinar) relevante al respecto. Pero eso está provocando mucho daño.
Vallverdú, J. (2018). Post truth, newspeak and epidemiological causality. Biomedical Journal of Scientific & Technical Research, doi 10.26717/BJSTR.2018.02.000674