Extraordinario artículo que nos muestra una revisión (151 artículos) de la evidencia sobre el impacto económico del tabaco y de los programas de reducción de la prevalencia de fumadores. El tabaco está relacionado con múltiples enfermedades que se pueden prevenir: enfermedades pulmonares, cerebrovasculares, coronarias, varios tipos de cánceres (más del 25% son atribuibles al tabaco y un 80% el de pulmón), etc., lo que conlleva muertes prematuras y pérdida de calidad de vida. La OMS cuantifica en 6 millones al año las personas que mueren por causa del tabaco, y un coste asociado de medio trillón de dólares. Es más, se espera que esas muertes lleguen a 7 millones en 2020 y 8 en 2030. Además, unos 600000 fumadores pasivos mueren al año, por lo que hay un claro efecto indirecto en personas no fumadoras (enfermedades coronarias y respiratorias, ataques al corazón…).
El tabaco causa costes directos derivados de los tratamientos por las enfermedades que produce (en USA son 170 billones de $), y costes indirectos (falta de productividad, absentismo – en USA se ausentan 6.5 días más de media que los no fumadores y van al médico 6 días más por año-, incendios, etc.). En los países desarrollados supone un 15% del gasto en salud. El coste de pérdida de productividad causado por el tabaco al año en USA es de 151 billones. Pero el tabaco también genera beneficios, como los impuestos al estado, el ahorro en las pensiones por las muertes prematuras, y los puestos de trabajo (da empleo a 33 millones de personas en el mundo). Ante este escenario es preceptivo analizar en qué medida son eficientes los programas de reducción del tabaquismo, lo que, como muestra el artículo es beneficioso en la mayoría de los estudios revisados. La estrategia más efectiva a corto plazo es la del incremento del precio (los impuestos deben ser entre un 42.9 y un 91.1% del precio). Según el Banco Mundial, un 10% de aumento en el precio conlleva un descenso del 7% en el consumo de la gente joven y un 4% en el resto. La parte negativa de estas acciones es el incremento del negocio ilegal de tabaco, que se estima entre 10 y 17 billones de dólares en USA, y en un 40% del total de cigarrillos en el Reino Unido. Pese a este efecto no deseado, el incremento del precio del tabaco disminuye el consumo, preserva el empleo, aumenta la recaudación del estado. Otras intervenciones son los tratamientos farmacológicos (como los parches de nicotina), los programas de concienciación, las campañas mediáticas, restricciones publicitarias, acciones en las escuelas y puestos de trabajo (como la prohibición de fumar en lugares públicos). Todas estas acciones muestran una adecuada efectividad, pero es preferible que se combinen e integren.
Cuantificar en términos monetarios los resultados en ganancia de la salud de las personas es complejo. Pero parece claro tras la lectura de este artículo que la lucha contra el tabaquismo debe comenzar por una subida de precios del tabaco coordinada con la mejora del control sobre el fraude de los mercados paralelos, y unas campañas integradas de comunicación y acción en las escuelas, unidos con leyes anti tabaco que restrinjan las acciones de marketing de las tabacaleras y que regulen el consumo en los lugares públicos. En mi opinión, existe además la necesidad de implementar acciones de educación largo plazo, incidiendo en el significado social de la acción de fumar, con el fin de asociar conceptos y valores vomitivos a las personas que fumen, en lugar de verse como algo cool, o sinónimo de rebeldía (los chicos que fuman ligan más). En cualquier caso, y bajo mi visión, no todas las intervenciones deben ligarse a criterios de coste beneficio, ya que el estado tiene la obligación de ir mucho más allá, que para eso pagamos impuestos, aunque algunas “intervenciones” no sean económicamente eficientes.