Las respuestas emocionales al arte son consideradas por algunos como «estéticas» en el sentido en que vienen suscitadas de la apreciación de expresiones de belleza, armonía y poder. Pero también se pueden formar otras respuestas afectivas, como la tristeza o la nostalgia.
En su introducción, los autores no dejan claro las diferencias entre los mecanismos generadores de emoción o, en un amplio sentido, de respuestas afectivas. Es bien sabido que la contemplación de la belleza puede generar emoción, sino también los estímulos que provocan una variación del nivel de activación o arousal. En pintura, ello puede ocurrir con ruptura de patrones geométricos, y en música con ruptura de patrones armónicos.
Los autores sí que recogen varios ejemplos de la literatura que muestra que las emociones sentidas en presencia de arte dependen de las diferencias individuales y del contexto situacional. Por ejemplo, la presencia de tu pareja romántica o de un buen amigo mientras escuchas música incrementa la frecuencia de estados afectivos, como la felicidad, el placer, el divertimento o la admiración (Liljestrom et al., 2013). Por el contrario, los encuentros sociales en galerías de arte pueden provocar un detrimento en la experiencia emocional (Pelowski, et al., 2014).
Es también interesante cómo las personas empleamos la música como una especie de reparador emocional, para modular nuestros estados de ánimo, algo que no es tan común con otras artes o, al menos, no se ha estudiado.
El objetivo de este estudio es analizar la experiencia de los participantes a escuchar música y al mirar pinturas. 260 individuos realizaron el experimento con la música y 711 con la pintura. Ambos grupos debían rellenar esencialmente el mismo cuestionario, aunque había algunas preguntas específicas para cada uno de los tipos de arte.
Para medir las emociones emplearon una versión de 25 ítemes del cuestionario Geneva Emotional Music Scale (Zentner et al., 2008), el cual fue también utilizado para medir las emociones con las pinturas.
El estudio, sin embargo, no especifica qué estímulos escucharon o vieron los participantes, ni tampoco si era el mismo estímulo para todos los que escucharon música (la misma canción), ni para los que vieron la pintura. En este sentido, el artículo falla claramente en proveer información clara sobre el diseño metodológico, al margen de realizar luego un análisis demasiado simplista basado en ANOVAs sin realizar un control estadístico adecuado sobre las variables sociodemográficas y otros posibles confusores.
El interés del artículo, bajo mi punto de vista, reside simplemente en la parte de revisión de la literatura. Las implicaciones para el marketing del estudio empírico son estériles, pero sí que se pueden inferir algunas ideas de la discusión de la introducción del artículo.
Así, por ejemplo, generalmente, la interacción social multiplica el efecto emocional de la música, mientras que ocurre lo contrario en la pintura. Esto haría que al entrar en un museo no fuéramos capaces de disfrutar al máximo si hay mucha gente, ya que nos emociona mucho más contemplar las obras con calma, sosiego soledad. Sin embargo, no parece ocurrir así con la música. Esto es muy interesante para tratar de maximizar la suscitación de emociones cuando se emplean recursos pictóricos o musicales como herramientas de marketing, a la hora de diseñar el contexto adecuado para representarlos.