En una de las escenas de la cinta los dos protagonistas están esperando pacientemente a que un coche salga de su aparcamiento para estacionar su vehículo. Sin embargo, en el último momento, dos grandullones que conducían otro coche se cuelan y aparcan en ese lugar. Allen, enfurecido, sale del coche a reclamarles, pero esos dos gorilas lo amedrentan con amenazas y con su imponente presencia, por lo que Allen y Biggs tienen que marcharse.
Segundos más tarde, mientras Allen conduce con rostro desencajado por el enfado, Biggs le suelta lo que para mí es una parrafada mítica:
«Oye la vida es injusta, tú mismo lo dijiste. Esos tíos tienen músculos y tú y yo tenemos ingenio. Más tarde, en la segura quietud de algún café, tú y yo podemos escribir una aguda sátira y descubrir todas sus manías, partirnos de risa a su costa. Son dos capullos».
Sin embargo, Allen, sin mediar palabra, da la vuelta y se dirige de nuevo hacia el aparcamiento. Al llegar allí, se baja del coche y con una barra metálica rompe los cristales del vehículo de los dos tipos, ante la atónita mirada de Biggs, y rápidamente se dan a la fuga.
La metáfora del aparcamiento
Muchos doctores hemos recorrido un largo camino hasta llegar a serlo. Hemos trabajado innumerables horas, y tenido mucha paciencia. Muchísima. Hemos seguido todos los pasos correctamente, al igual que Allen esperaba el momento adecuado para aparcar. La presentación de la tesis doctoral es el instante cumbre en el que todo ese sacrificio de años de estudio culmina. No sólo estudio, sino pasión por lo que se estudia.
Este último matiz es muy importante, porque realizar una tesis doctoral significa entusiasmarse con la adquisición y desarrollo de nuevo conocimiento. Ese entusiasmo es lo que hace que se superen los muchos momentos de dudas y ganas de tirar la toalla. No es, por tanto, el conseguir el título de doctor en sí (aparcar el coche) lo que la hace a uno realmente doctor, sino todo lo demás.
Sin embargo, hay todavía ocasiones en este país en las que alguien sin la formación adecuada, los conocimientos mínimos requeridos, y la pasión necesaria, aparca el coche también en ese lugar. Se convierte entonces en doctor. Pero no hay nada más.
Ante esa situación de injusticia y demérito la opción que propone Biggs en la película es la más empleada. Entonces muchos de nosotros «en la segura quietud de algún café«, hacemos sátiras de estos personajes, y con ello parece que aplacamos nuestra indignación.
Sin embargo, hoy, prefiero ser Woody Allen, no hacer ninguna sátira, sino que este post actúe como esa barra de hierro en el cristal del coche de los gorilas, el cual está aparcado en un sitio donde nunca debió estarlo.
El churridoctor
Hace unos años escribí en un antiguo blog lo que sí se acercaba más a una burla en relación a este tema. Lo reproduzco a continuación:
Se trata de la figura del “churridoctor”, nefasto personaje que hace mucho daño a la ciencia y al mundo de la universidad. Tras mi experiencia de varios años tratando con alguno de estos fulanos y menganas, voy a describir sus características (algunos las poseen todas y otros un buen número de los atributos que expongo a continuación).
El churridoctor (vale igual para masculino que femenino), por tanto:
– Carece de formación científica, y su único interés en el doctorado es de imagen personal o profesional
– Es un mal investigador, pero no le importa, su objetivo es medrar socialmente
– No suele tener ni pajolera idea de estadística, matemáticas, método científico o filosofía de la ciencia. Ni pajolera idea, repito. No lo necesita, ya conseguirá arrimarse a alguien que sí sepa de ello.
– Cree que una tesis doctoral o una investigación seria es una especie de “juego”.
– Cree que puede hacer una tesis doctoral de forma rápida porque ha visto a otros que así lo han hecho (otros churridoctores, claro)
– No tiene publicaciones en revistas científicas de impacto, y si ha conseguido alguna, ha sido por juntarse con otros compañeros que saben más que él.
– Va por la vida de doctor, pero es un churridoctor, no lo olvidemos.
– Suele hacer tesis doctorales utilizando “negros”, donde otros pringados le escriben en el ordenador, le hacen sus fotos o mediciones, le hacen los análisis estadísticos, le traducen los artículos en inglés, y para colmo le hacen luego la presentación de power point. Este es el caso más flagrante de churridoctor, el que subcontrata todo el trabajo.
– Normalmente están en relación con otros churridoctores de la vieja escuela, titulares o catedráticos de hace muchos años, trepadores como ellos, y que si tuvieran que ser evaluados ahora por la ANECA no obtendrían esas plazas.
– Forman guetos de churridoctores, que organizan sus cursos, congresos, etc, pero que a la vista de los investigadores serios no tienen ninguna credibilidad científica
– Tienen tesis doctorales cum laude, porque aquí en España no se suelen suspender tesis. Por muy churrera que sea la tesis, siempre habrá algún amigo en el tribunal (probablemente otro churridoctor) que le de el visto bueno.
– A veces sacan churrilibros de su churritesis, pero que no tienen un aval de publicaciones de alto impacto detrás.
– Les suele gustar mucho las fotos, salir en prensa, etc. Es más, creen que el mero hecho de salir en un medio de comunicación ya es un mérito, independientemente de la razón por la que salga.
– Algunos de estos personajes han evolucionado a la categoría de churridoctor supuestamente ilustrado, porque han sido capaces de publicar mucho pero de mala calidad, pero siguen siendo churridoctores de pura cepa.
– Pueden incluso pagar a otros investigadores más reputados para que les rehagan los artículos y así incrementar la probabilidad de publicación.
Por tanto, desde aquí propongo crear oficialmente la figura del churridoctor, para distinguirlo del doctor, y que así la sociedad sea capaz de diferenciar claramente unas personas de otras. Un consejo: Si os encontráis con un churridoctor o un aspirante a churridoctor, huid despavoridos.
Romper el cristal
Pero en el post de hoy quiero ir más allá, quiero romper los cristales del coche, y profundizar en las causas de que a día de hoy sigan apareciendo churridoctores.
Directores de tesis
La responsabilidad principal de que haya churridoctores recae en los directores de tesis. Un director no puede permitir que figuras con este perfil culminen una tesis doctoral, porque entonces se convierten en tan culpables como ellos.
Es muy común que se acerquen personas a nuestros despachos con la intención de hacer una tesis doctoral. Algunos de ellos te dicen que la quieren «de hoy para mañana» (ej. 12 meses), porque han visto a otros que así lo han hecho anteriormente (otros churridoctores). Otros te dicen que lo que necesitan es el título, sin ninguna otra meta que el pavoneo social de etiquetarse como doctor.
Si el director de tesis admite a estos alumnos entonces se vuelve cómplice de su demérito. El problema está en que, en la mayoría de ocasiones, el director acepta tutorizar a ese alumno es también un churridoctor. Como he dicho anteriormente, los churridoctores tienden a juntarse entre ellos.
Cuando realicé los cursos de doctorado a finales de 2004, tenía un profesor que nos explicó el Análisis de la varianza. Nos decía que lo único que teníamos que ver de las diferentes tablas que salían en el SPSS era el p-valor, para ver si era mayor o menor de 0.05. Ni una mención a las asunciones, ni a la potencia del contraste, ni al tamaño del efecto, ni a la arbitrariedad del p-valor…nada, absolutamente nada más. Rápidamente yo le comenté que eso era demasiado simple y que había que tener en cuenta otros factores, a lo que respondió con total sorpresa.
Es decir, un profesor que era a su vez director de tesis y que no sabía los aspectos básicos de un contraste de hipótesis. Esos profesores deben estudiar mucho más antes de emprender la dirección de una tesis, porque si no esa tesis podría ser una churritesis.
Yo siempre he trabajado muy duro y he sido un buen estudiante, pero cuando terminé ingeniería quería rápidamente cambiar a estudiar marketing. La ingeniería no me gustaba y quería dedicarme a otras cosas más atractivas para mí. Cuando empecé el proyecto fin de carrera, el último paso para ser ingeniero tras aprobar todas las asignaturas, le presenté un primer borrador a mi director. Él me dijo que era un borrador bastante malo. Yo le contesté que, por mis circunstancias (quería estudiar marketing y ya estaba haciendo el curso puente para ello), no me importaba hacer un proyecto fin de carrera que no fuera sobresaliente. Y lo que él me contestó todavía lo tengo grabado hoy: «A ti puede que no te importe, pero a mí sí».
Esas sabias palabras de mi director de proyecto me estimularon para hacer un digno trabajo, que finalmente fue sobresaliente, aunque luego no fuera a dedicarme a la ingeniería, y me enseñó que, incluso en esas circunstancias, uno tiene siempre que buscar la excelencia en lo que hace, al menos intentarlo en la medida de sus posibilidades. Recuerdo las llamadas a mi casa de ese director (entonces no había tantos móviles) para darme consejos. Ese gran profesor es un modelo de lo que debe ser un director de tesis.
Después conseguí el premio extraordinario de licenciatura en marketing, y el de doctorado. Y al margen de mi propia capacidad para motivarme (algo que es muy importante), también fueron cruciales todas las personas, como ese profesor, que en mi trayectoria me aleccionaron de la importancia de dar siempre el máximo.
También es justo mencionar que existe un tipo de director de tesis vampírico, porque chupa la sangre del doctorando hasta niveles extremos. Este tipo de directores se aprovecha sobre todo de buenos alumnos de doctorado que presentan la tesis, para no trabajar nada o casi nada ayudándolos, y para colmo «exigirles» que les pongan como coautores en las sucesivas publicaciones que se deriven de ella. Son directores que se labran un buen curriculum a costa del trabajo de sus alumnos.
Criterios de presentación de la tesis
Esos criterios varían entre universidades y, ciertamente, están sujetos a mucha discusión. Para evitar precisamente la presentación de «churritesis» se suele pedir en algunas universidades un aval de publicaciones previo a la presentación del trabajo de investigación. El tener uno o varios artículos en una revista JCR da ciertas garantías de que la tesis tiene la calidad mínima para ser depositada.
Este sistema tampoco es perfecto. A veces, los directores realizan esa labor de redacción del artículo y el doctorando es un mero espectador. En cualquier caso, el que una tesis esté avalada por varias publicaciones de mérito es un sistema que, aparentemente, da más seguridad sobre la calidad del trabajo que un informe positivo por parte de expertos, o un simple informe de aceptación por parte de la comisión de doctorado. En estos últimos casos, es cuando es más probable que el churridoctor gane la partida.
Tribunal
El tribunal tiene una gran responsabilidad. Pero claro, como suelen ser «amiguetes» el problema entonces sigue sin resolverse. Un «tribunal amigo» difícilmente evaluará objetivamente el trabajo, y caerá en esa complacencia absurda del Sobresaliente Cum Laude.
De nuevo los directores de tesis tienen una gran labor aquí, porque son ellos los que suelen proponer a «colegas». En el mundo de los churridoctores, bien es sabido que los miembros del tribunal que se presten a esas pantomimas también serán churridoctores.
Hace unas semanas asistí a una tesis en mi universidad. Llevaba varias publicaciones en revistas de calidad como aval, algunas de ellas de mérito. Uno de los miembros del tribunal no le puso Sobresaliente. Por tanto, no pudo obtener el «Cum laude». Independientemente de lo discutible o no de esa decisión puntual, creo que ese es el camino. Si un miembro del tribunal no considera que una tesis es sobresaliente; ¿Dónde está escrito que «por decreto» tenga que calificarla con la máxima nota? Ahora bien, el listón ha de ponerse siempre en un sitio similar, porque si no es así los desequilibrios seguirán apareciendo.
Doctorando
El doctorando es el que tiene la responsabilidad última del trabajo que realiza. Una persona que está acostumbrada al trabajo duro, al esfuerzo, a la búsqueda de la excelencia, querrá que su trabajo sea un reflejo de esa perspectiva. Un doctorando no debe conformarse con las indicaciones que les den sus directores, debe indagar, profundizar por su cuenta, ser un miembro activo de foros de estadística y metodología, cuestionarse paradigmas, etc.
Un doctorando debe mimar su tesis y preocuparse mucho por si ese trabajo es lo suficientemente bueno como para dar acceso al título de doctor. Debe aprender durante el periplo doctoral nuevas metodologías, dominar programas informáticos, ser capaz de reflexionar críticamente sobre lo que escribe, etc.
Durante la realización de los cursos de doctorado compartí clase con varios aspirante a churridoctores. Ellos hacían todo lo posible por saltarse el temario, que las clases empezaran más tarde y acabaran antes, etc. Yo incidía en la importancia de que nos explicaran más estadística y ellos empezaron a amenazarme incluso físicamente. Tuvo que mediar uno de los profesores, que se quedó atónito ante la situación de que un alumno como yo quisiera adquirir los conocimientos mínimos que se suponen a unos cursos de doctorado y los otros sólo tomaban las clases para hacer el ganso, y que encima me amenazaran por ello. No sé qué habrá sido de ellos, pero probablemente alguno haya terminado siendo churridoctor.
Ser doctor puede ser muy fácil
Una determinada confluencia de estos factores hace que el ser doctor pueda ser más sencillo que ser licenciado. Cuando un alumno realiza una carrera, tiene que aprobar exámenes en solitario. Ello hace que ese procedimiento más objetivo del examen sirva como garantía de que el alumno tiene los conocimientos mínimos para graduarse o licenciarse. Pero en ciertas tesis no hay ningún filtro objetivo para dilucidar el mérito del alumno. Si varios personajes del universo churridoctoriano se ponen de acuerdo, entonces un nuevo churridoctor emerge con una tesis que puede ser un verdadero despropósito.
Uno de los profesores de la licenciatura en marketing, que impartía estadística, me preguntó de dónde provenía. Yo le dije que era Ingeniero Técnico Industrial. Él, enseguida, me dijo lo siguiente: «Has pasado por la selección natural de la Ampliación de Matemáticas y Estadística». Se estaba refiriendo a una asginatura «monstruosa» que teníamos los ingenieros del «plan antiguo» en segundo curso, y que era una de las más complicadas de la carrera. Él razonaba que todo aquel que aprobaba esa asignatura había pasado por el filtro necesario para acreditar su valor, independientemente de que luego se dedicara a la ingeniería o no (en mi caso yo no me dediqué a ello). Este tipo de «pruebas» no existe para las tesis doctorales, y el único filtro posible es el de las publicaciones. Cuando esas publicaciones son de poca entidad o no existen: ¿Quién asegura que el doctorando tiene los niveles mínimos para ser doctor?
Un problema de fondo
Sin embargo, creo que el problema es de fondo, es una cuestión de valores, de filosofía sobre qué significa la investigación. Lamentablemente, en los casi 10 años que llevo como profesor en la universidad me he encontrado con numerosos compañeros que consideran la investigación como un medio y no como un fin. Para ellos, la investigación es un mero instrumento para conseguir méritos (estabilidad laboral, ganar más dinero, reconocimiento, etc.). Este perfil de profesores no tiene el más mínimo interés por si su investigación es correcta o no.
No hay ningún fin en sus estudios, porque si existiera ese fin, se preocuparían mucho más por asegurarse que lo que ellos están haciendo tiene suficientes garantías y también es útil a nivel práctico. Doctores con muchos JCR me han llegado a decir: «pero si eso que estoy haciendo no sirve para nada, sólo para publicar», «a mí no me importa si la estadística de mi artículo está bien o mal (por tanto si las conclusiones son correctas o no), sino sólo si el plateamiento teórico es bueno».
Ese tipo de personas suelen saber «arrimarse» a otros investigadores que le hacen gran parte del trabajo, o simplemente forman guetos entre ellos con el fin de ir realimentando su propia perversión.
No es un pecado errar, todos nos hemos equivocado en nuestros estudios alguna vez. Lo que no puede perdonarse es que no te importe nada que te hayas equivocado. Cuando este tipo de profesores tutoriza a un doctorando o forma parte de un tribunal, entonces el riesgo de que nazca un nuevo churridoctor se acrecienta.
La investigación es un proceso de aprendizaje
Muchos de nosotros sabemos que nuestras tesis son mejorables, que tienen errores. Pero es que también es normal que los primeros años de investigación sean así, un cierto erráticos. Se necesitan varios años para aprender a minimizar los fallos (posiblemente imposibles de suprimir en su totalidad), y adquirir una perspectiva crítica sobre lo que se está haciendo.
Lo ideal es que ese proceso sea en parte cubierto por el periplo de ejecución de la tesis, pero uno no deja de aprender nunca. No obstante, ese aprendizaje sólo se produce si existe la motivación para ello. Un churridoctor nunca aprenderá más allá de lo mínimo necesario para cubrir su propio disfraz de impostura.
Una forma de que las tesis sean mejores es que el doctorando tenga un curriculum de publicaciones extenso y, si es posible, en temáticas incluso no directamente relacionadas con la tesis. El hecho de que un doctorando tenga decenas de artículos publicados, colabore con otros investigadores a nivel nacional e internacional, y muestre inquietudes por otras temáticas de su campo es una garantía mucho más sólida de que merece el título de doctor. Y por si alguno piensa que esto es imposible de hacer, yo les digo que conozco varios casos así, es decir, doctorandos que son muy buenos investigadores antes de ser «oficialmente» doctores. Ante esos doctorandos sólo hay que aplaudir y felicitarles.
Ese proceso de aprendizaje de años, de miles de horas, es el que no están dispuestos a hacer muchos candidatos a doctor. Algunos porque no tienen tiempo para ello, y otros por puro desinterés. Pero si no dispones del tiempo y del interés necesario no deberías embarcarte en una tesis doctoral.
Prácticas cuestionables
Hace poco se publicaba en la revista Nature un manifiesto para relativizar esa obsesión que se tiene de manera general en la investigación actual por buscar el índice de impacto por encima de todo. Esa cuantificación tan necesaria para intentar objetivar la producción científica se convierte en perversa cuando se emplea como único criterio de evaluación.
Esta paradoja hace que existan incentivos por parte de algunos investigadores a publicar en revistas buenas «cueste lo que cueste». Ello incluye manipulación de datos, cherry-picking, p-hacking, etc. Pero también hace que se pervierta el propio proceso de revisión por pares. Pongo dos ejemplos que he vivido en primera persona recientemente:
1. Hace unos meses asistí a una reunión científica y en ella un investigador alardeaba de que una de las claves para publicar un artículo era que «llegara a quién debía llegarle». Como en algunas revistas se pueden proponer revisores para tu artículo, si pones como revisor a un colega que se comporta de manera poco ética, entonces lógicamente es mucho más fácil que te acepten el artículo.
2. Hace unas semanas un doctorando de otro profesor me envió un artículo, diciéndome que iba a proponerme como revisor de ese manuscrito cuando lo enviara a una revista. Yo le dije que eso era totalmente irregular, porque las revisiones son anónimas. Aunque a veces los revisores sospechemos quién es el que ha escrito el artículo (por su temática, por ejemplo), esto debe permanecer lo más oculto posible. Y por supuesto el autor no debe saber quién revisa su artículo. Insisto en que luego, realmente, siempre puedes sospechar, pero de entrada es inadecuado contactar con otro investigador para pedirle que sea revisor. Eso no es óbice para que recibas comentarios de otros investigadores antes de mandarlo a una revista, eso sí, pero no debes contactar previamente con el posible revisor para advertirle. Lamentablemente, ni a ese doctorando ni a su director parecieron gustarles mis argumentos, porque ni siquiera contestaron a mi email.
Estos casos son simples ejemplos de que la «presión por publicar» puede pervertir los mecanismos lógicos para hacerlo.
Alejarse del esnobismo
No quisiera caer en el esnobismo tan ridículo considerar a los doctores como «seres especiales». Nada de eso. No recuerdo el nombre del Premio Nobel que dijo que entre los premiados por la academia sueca había el mismo porcentaje de idiotas que en cualquier otro sitio. Creo que, entre nosotros los doctores, pasa algo parecido.
Una vez, cuando todavía era alumno de la licenciatura en Investigación y Técnicas de Mercado presencié una conversación en un despacho de dos de mis profesores. Habían presentado la tesis hacía relativamente poco tiempo. Se llamaron varias veces doctor el uno al otro en una conversación informal, no con sorna, sino como forma de subrayar su supuesta valía. Ciertamente no he vuelto a oir una conversación tan estúpida desde entonces en la universidad, por lo que supongo que será algo aislado, pero me dejó huella.
Ser doctor no debe convertise en algo así como tener un título nobiliario. Ser doctor es simplemente el último escalón a nivel académico para un alumno. El único significado que tiene, realmente, es el de la satisfacción de acreditar que eres un digno puntito más en el amplio universo del conocimiento científico.
Esto no es un club especial exclusivo para mentes medianamente brillantes, ni mucho menos. Pero tampoco es un bar para garrulos, impostores, o buscavidas. Bienvenidos todos los doctores que aprecian la ciencia, ya sean más o menos brillantes. Y fuera aquellos que se mofan de ella.
Redención
¿Puede redimirse un churridoctor? Sí que puede, aunque no es fácil. Muchos churridoctores son trepas, listillos, aprovechados, etc. que no tienen posibilidad alguna de redención, serán churridoctores para siempre. Sin embargo, es posible que haya algún churridoctor que lo sea principalmente por culpa de tener un churridirector de tesis, o por otras circunstancias personales que le hayan hecho presentar una tesis muy floja, no merecedera de aprobación. Si esas personas son humildes, honestas y trabajan, entonces en un futuro podrán quitarse sin problemas la etiqueta de churridoctor.
Un churridoctor que siempre está hablando de vanalidades, que está preocupado principalmente por salir en la prensa, que rehuye cualquier tipo de debate intelectual sobre cuestiones metodológicas, que es incapaz de tener una visión crítica sobre diferentes paradigmas, etc. no podrá redimirse. Un churridoctor que se ríe de cualquier conversación científica, o que va dando lecciones de virtuosismo pese a su gran ignorancia, que ridiculiza a los estudiosos, que se burla de cualquiera que no sea tan «listo» como él, tampoco tendrá ninguna posibilidad de redención.
La lupa sobre el que rompe el cristal
Soy consciente de que al escribir un post como este la lupa sobre mí se agrandará. Pero no os equivoquéis, no es un post para dar lecciones de nada, simplemente para exponer lo que muchos pensamos pero que no osamos dejar por escrito. No nos atrevemos a romper el cristal porque pensamos que tendrá malas consecuencias para nosotros en el futuro.
Una compañera, con la mejor intención, me dijo hace unas semanas: «No dejes nada por escrito». Se estaba refiriendo a los peligros de represalias de este mundo cainita en que a veces se convierte la universidad. Pero en ocasiones, insisto, hay que romper el cristal, cuando piensas que ese lugar que tanto te ha costado conseguir es usurpado injustamente por aprovechados, cuando después de estar esperando para aparcar el coche llegan unos cenutrios y se quedan con el sitio.
Woody Allen no era perfecto, ni tampoco Jason Bigss. La plétora de defectos de ambos es lo que hace desternillante algunos momentos de Todo lo demás. Pero esos errores no empañan la acción valiente y justiciera de Allen al romper los cristales, quizá sobredimensionada, sí, pero necesaria de vez en cuando para llamar la atención sobre ciertos hechos que no deberían suceder. Sirva este razonamiento para aplicarlo también a mi persona.
Conclusión
Woody Allen contaba en esa película que una vez tiró un extintor a la cabeza de su psiquiatra porque no era capaz de entenderle. Hablaban lenguajes diferentes. Quizá también sea el caso de los churridoctores y los doctores, ambos están destinados a chocar, discutir y enfrentarse, porque los lenguajes que manejan unos y otros son totalmente distintos.
Uno no puede evitar que unos matones sigan aparcando donde no deben, es cierto. Pero, afortunadamente, también hay muchos casos (creo que bastantes más en número) de brillantes doctores que acreditan ser merecedores de tal distinción. Quedémonos con esto, entonces. Y también con los profesores e investigadores que disfrutan con la ciencia, que siguen aprendiendo día a día y se preocupan porque su contribución al mundo del conocimiento tenga algo de sentido, que tienen la mente abierta, que cuestionan paradigmas, y que son lo suficientemente humildes para reconocer lo mucho que todavía ignoramos.
Los doctores somos personas completamente normales, no tenemos ningún valor añadido como individuos más allá de ser (la mayoría) buenos estudiantes. Los churridoctores son también doctores como nosotros, sí; es lo mismo, pero no es igual.
«Más tarde, en la segura quietud de algún café, tú y yo podemos escribir una aguda sátira y descubrir todas sus manías, partirnos de risa a su costa». Tienes razón, Jason Biggs, pero, a veces, hay que dar la vuelta y romper el cristal.