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Ciencia sin miedo

José A. Martínez

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MANZANAS CANCERÍGENAS

Publicada el 31 de enero de 201521 de marzo de 2025 por martinezjose
Hace unas semanas, repasando una de mis webs favoritas sobre entrenamiento y nutrición, www.bayesianbodybuilding.com, tropecé con esta historia que el bueno de Menno Henselmans, reputado entrenador y al que tengo cierto aprecio, comentaba. Se trata del célebre caso de las manzanas tóxicas en Estados Unidos, conocido como «The Alar Scare», en referencia al temor que sufrió la sociedad norteamericana en 1989 cuando en un programa de televisión de la CBS se anunciaba que las manzanas tenían un aditivo tóxico, denominado «Alar», que las hacía cancerígenas.

Henselmans, brevemente explica cómo se creó una alarma nacional basada en una mentira; que ese componente de las manzanas provocaba cáncer, siendo los niños el grupo de mayor riesgo. Incluso la actriz Meryl Streep públicamente se posicionó al respecto. Las pérdidas para los productores de manzanas fueron millonarias, y ese producto químico dejó de ser utilizado por la presión social. Muchas voces en ese momento y años más tarde se alzaron para denunciar que esa campaña de miedo había sido injustificada. Henselmans concluye su artículo enlazando este texto, bajo la etiqueta de «Full history» (historia completa). El problema, es que esa no es, realmente, la historia completa:

La versión de Rosen

Rosen (1990) explica de esta manera los hechos: Ese producto se empleaba habitualmente en la industria para hacer que las manzanas no se cayeran tan pronto del árbol, y así que su color fuera más rojizo y, por ende, más atractivo para la gente. Además, según Rosen, también alargaba la conservación de la fruta. Realmente, el peligro del Alar viene del 1% de UDMH (unysimmetrical dimethylhydrazine), que ya en la década de los 70 había sido relacionada con cáncer en ratones. Como el calor acelera la hidrólisis del Alar a UDMH, aproximadamente un 5% de residuo de Alar se convierte en UDMH en zumos de manzana, es decir, los zumos contenían 5 veces más tóxico que las propias manzanas. LaEnvironmental Protection Agency (EPA), que es la Agencia de Protección del Medio Ambiente en Estados Unidos y cuya misión es «proteger la salud de los seres humanos y el medio ambiente» se preocupó por esos resultados, y pidió nuevos estudios para revisar el riesgo de ese tóxico. Sin embargo, un panel de expertos del Federal Insecticide, Fungicide and Rodenticide Act (FIFRA) dictaminó que había fallos en ese estudio al que la EPA aludía para profundizar más sobre este tema, por lo que no había evidencia suficiente para cuestionar el uso del Alar tal y como se estaba haciendo hasta ese momento. Se argumentaba que se había dado tanta dosis de tóxico a los ratones (29 miligramos por kilogramo de peso corporal) que es probable que fuera esa intoxicación por «cantidad» lo que hubiera provocado los tumores, por lo que no se podía inferir que una dosis menor produjera enfermedades. Aunque la FIFRA dependía de la EPA, curiosamente prevaleció su criterio, aunque bien es cierto que la EPA pidió a cambio a la empresa propietaria (Uniroyal) que se hicieran controles periódicos y nuevos estudios. Según Rosen, ninguna de las subsiguientes investigaciones realizados en ratas y ratones arrojó resultados significativos: Los ratones no desarrollaron tumores a la máxima dosis estimada que podían tolerar sin que se volviera intrínsecamente tóxica (2.9 mg/kg/día), que Rosen indica que es 35000 veces mayor que lo que un niño ingeriría diariamente al comer manzanas.Pero la EPA tomó los datos de la incidencia de cáncer en ratones en dosis más elevadas (23 mg/kg/día), que generaban tumores, pero que los responsables de esos estudios consideraban que era una cantidad inadmisible a nivel toxicológico, y que ello era la causa, además, de la muerte prematura de 80% de los ratones. La EPA concluyó que, dados esos resultados en ratones, en humanos habría un riesgo de 45 cánceres producidos por 1 millón de personas expuestas. Como la EPA prohíbe cualquier uso de un químico en la agricultura que exceda el riesgo de 1 cáncer por millón de individuos expuestos, decidió que en poco más de un año a partir de ese momento (febrero de 1989) el Alar tenía que desaparecer de las manzanas.

Para añadir más fuego al asunto, el Natural Resources Defence Council (NRDC), que es una ONG en defensa del medio ambiente, de cierta influencia en Estados Unidos, indicó que el riesgo era mayor que el que había estimado la EPA, hasta 240 cánceres por millón de niños consumidores medios de manzanas. Según Rosen (1990), la NRDC empleó los datos del estudio que la FIFRA había anteriormente criticado. Además, cambio el modelo matemático de análisis (pasó de un modelo independiente del tiempo a uno dependiente del tiempo, es decir, que suponía que la exposición tóxica en los primeros años de vida es proporcionalmente más importante que en los siguientes), y no estimó correctamente el consumo de manzanas en Estados Unidos. Esas eran las causas de las diferencias en la estimación de riesgo entre NRDC y EPA. Para más inri, otro estudio del California Department of Food and Agriculture (CDFA), analizó de nuevo los datos de las investigaciones de Uniroyal, pero con supuestos menos restrictivos que la FDA, concluyendo que existía un riesgo en el peor de los casos de 2.6 casos de cáncer por millón, un riesgo que, según Rosen (1990), podría reducirse fácilmente a los niveles permitidos de 1 por millón tan sólo eliminando el uso del Alar en las manzanas destinadas al zumo.

La campaña mediática
La NRDC contrató a la agencia de relaciones públicas Fenton Communications, que además estaba (y está todavía) especializada en casos de este tipo, es decir, de alta sensibilidad social que contribuyan a hacer «el mundo mejor». La agencia ofreció una exclusiva al programa de la CBS 60 minutes, y el 26 de febrero de 1989 el periodista Ed Bradley encendió la mecha de una hoguera de temor, que se prolongó con posteriores ruedas de prensa y eventos organizados por Fenton Communications. El congresista Jerry Sikorski y la actriz Meryl Streep contribuyeron decisivamente a que el mensaje se diseminara de forma contundente: Las manzanas están envenenado a los niños americanos. Apenas 3 meses después, Uniroyal dejó de emplear Alar, ante la caída de las ventas de manzanas y la presión social.

Joseph D. Rosen es actualmente (desde 2011) profesor emérito de ciencia de la alimentación en la Universidad de Rutgers, en el Estado de Nueva Jersey. Es conocida su postura «escéptica» sobre los beneficios de la comida ecológica. Rosen, en 1990, y cuando todavía desempeñaba sus labores regulares en Rutgers, publicó el siguiente artículo, el cual se toma como referencia por los que defienden que el caso Alar fue algo así como una escándalo desproporcionado no justificado por la evidencia científica.Rosen, J. (1990). Much Ado about Alar. Issues in Science and Technology, 8 (1), 85-90.

La otra parte de la historia
Hasta aquí la versión que podíamos llamar «aceptada» de los hechos. Sin embargo, indagando un poco más nos encontramos que se pueden hacer ciertos matices.

En 1996, el periodista Elliott Negin, escribió este artículo en el revista Columbia Journalism Review. Negin, además de resumir de nuevo los hechos, indica que, por ejemplo, en 1990 un grupo de productores de manzanas de Washington demandó al programa de la CBS por 250 millones de dólares por falsedad en la información, y los consiguientes perjuicios económicos provocados. Sin embargo, en 1994, los juzgados dictaminaron que la demanda no prosperaba porque no habían podido demostrar la falsedad de la información dada en el programa de televisión. Los productores de manzanas apelaron, pero al año siguiente la respuesta de la corte fue la misma.

Elisabeth M. Whelan, presidenta por aquel entonces del American Council on Science and Health (ACSH), escribió una carta a Negin arremetiendo contra su postura, ya que según Whelan sólo la EPA había defendido que el Alar fuera un peligro para la salud pública.

Negin, respondió que, además de la EPA, otras organizaciones habían indicado que el UDMH era cancerígeno, como la National Toxicology Program of the U.S. Publich Health Service, y la American Academy of Pediatrics. También la Organización Mundial de la Salud. Negin, además, acusó a Whelan de ser poco objetiva, ya que la ACSH, organización que ella presidía, estaba financiada por Uniroyal, entre otras empresas de la industria química.

Siendo justos, lo que tampoco dice Negin, es que él es un activista por la defensa del medio ambiente. Obviamente esto no es nada deshonroso, ni por supuesto tiene porqué poner en duda sus postulados, pero es preceptivo indicar que el periodista pertenece actualmente a la Union of Concerned Scientist, una entidad no lucrativa en defensa del medio ambiente formada, entre otros, por varios científicos norteamericanos.

Pero Negin estaba en lo cierto. Y si nos remitimos a este informe de la National Toxicology Program (NTP), el UDMH es un «razonablemente anticipado cancerígeno para los humanos», siendo la primera evidencia sobre ello de 1985, es decir, cuatro años antes de que el escándalo mediático se produjera. Los estudios experimentales realizados con animales, han mostrado suficiente evidencia de ello, según la NTP.

Conflictos de intereses
La comentadas recriminaciones de Negin a Whelan, sobre la parcialidad de la ACSH debido a los conflictos de intereses derivados de su financiación no fueron gratuitos. Años más tarde, en 2013, la revista Mother Jones, por medio de Andy Kroll y Jeremy Schluman, hacía público el informe de financiación de ACSH, el cual se puede ver en su totalidad.

Empresas como McDonald’s, Coca-Cola, Chevron, Dr. Pepper, Procter & Gamble, Texmark Chemicals o American Petroleum, estaban entre los benefactores de ACSH. Por otro lado, el artículo comenta que Gilbert Ross, el actual director ejecutivo de ACSH fue anteriormente condenado a 46 meses de cárcel, de los que cumplió 23, por fraude al programa Medicaid en el Estado de Nueva York. Aquí está la respuesta de la ACSH ante el fraude de Ross.

El artículo aparecido en Mother Jones sobre la financiación de ACSH, desde luego, no tiene desperdicio, y es totalmente esclarecedor acerca de donde proviene gran parte de los fondos sobre los que la ACSH se sustenta.

La contra-campaña mediática
Si, como hemos dicho, la NRDC contrató a la agencia Fenton Commuications, poco tiempo después la ASCH hizo lo propio con la agencia Hill & Knowlton, con el fin de realizar anuncios con el mensaje de que los niños tenían que comerse algo así como un camión lleno de manzanas para que estuvieran en peligro, tal y como explica este informe de la Environmental Working Group, realizado en 1999, y que, por cierto, está en línea con la «otra parte de la historia» que acabamos de relatar.En su labor de contrarrestar la información aparecida contra sus intereses, la ASCH lleva desde entonces enviando mensajes sobre la injusticia que se cometió con el Alar ante la falta de evidencia científica. El vídeo que enlazo debajo es una buena muestra de ello.

Y ciertamente, han hecho bien su trabajo, porque el caso Alar es percibido desde muchos estamentos como el triunfo de la pseudociencia y el marketing sobre la ciencia seria y objetiva. Pero la otra cara de la historia existe, aunque muchas personas no se hayan percatado de ello.
Problemas metodológicosEl manuscrito de la Environmental Working Group hace énfasis en los problemas metodológicos que se derivan de intentar encontrar un efecto tan pequeño en muestras que son, a su vez, pequeñas. Obviamente, los investigadores no emplean decenas de miles de ratones para sus experimentos, sino muchos menos. El concepto de tamaño de efecto es bien conocido en estadística, y está ligado a la potencia del contraste, a la variabilidad de los datos y al tamaño de la muestra.

Por ejemplo, podemos simular con Stata el tamaño de muestra necesario para descartar estadísticamente que no existe un caso de cáncer entre 1 millón de exposiciones en la población. Esa muestra debería ascender a alrededor de 3.8 millones de ratones, con un intervalo de confianza de una cola del 97.5%. Es decir, si con 3.8 millones de ratones no tenemos ningún caso de cáncer, entonces podremos decir que sobre una hipotética población infinita de ratones no habrá 1 cáncer entre 1 millón de ellos. Eso sí, «sólo» hasta un máximo de unos 25000 ratones y un caso de cáncer podríamos decir al 95% de confianza que habrá más de 1 cáncer en la población. Dicho de otro modo, si en una muestra de 25000 ratones o menos sale un caso de cáncer, entonces al 95% de confianza podríamos decir que no se descarta que haya más de 1 entre 1 millón en la población. Pero si no obtenemos ninguno en esa muestra de 25000, no tendríamos potencia estadística suficiente para decir que no hay peligro de que haya 1 caso entre 1 millón en la población. Para poder decir eso, como he explicado, harían falta varios millones de ratones como muestra. Estas números podrían variar ligeramente dependiendo del procedimiento empleado para su cálculo y de la potencia requerida, pero a grandes rasgos las cifras irían por ahí.

Como esto es, obviamente, irrealizable en la práctica, se estudian muchos menos ratones y se les incrementa la dosis. Muchas veces esas dosis están muy por encima de lo que un humano ingeriría en un día, pero es la única forma práctica de inferir cuál sería el efecto de dosis más pequeñas. No es objetivo de esto post discutir acerca de la idoneidad de este procedimiento, podríamos dejarlo para el futuro, si os parece.

La cuestión de fondo
No debe olvidarse que estamos hablando de un producto químico que, en definitiva, pretende que las manzanas tengan un color más atractivo para que parezcan más apetecibles. Ni aporta valor nutritivo, ni lucha contra las plagas. Sin pretender ser demagógico una cuestión es ineludible: ¿Merece la pena tener el riesgo de que aunque sólo sea 1 niño entre 1 millón padezca cáncer por añadir un producto de este tipo a las manzanas?

Conclusión
Desde hace muchos años la industria química se ha esforzado por ser nuestra amiga. Cierto es que gran parte de sus avances nos han mejorado ostensiblemente la calidad de vida. Pero también lo es que, a veces, alguno de sus productos ha resultado ser un pésimo compañero de viaje.

Imagen
Para acercarse a nosotros ha empleado las herramientas de marketing. Al fin y al cabo, como reza este antiguo anuncio de Shell, sus productos permiten que la manzana se recolecte sólo donde «Juanito Manzanas» (Johnny Appleseed) las dejó. Y quién mejor para hablar de manzanas que este pionero americano que diseminó semillas por medio país entre finales del siglo XVIII y la primera parte del siglo XIX.

El «caso Alar» es un excelente ejemplo de cómo la industria química interacciona con la sociedad, a nivel de consumidores, agencias gubernamentales, organizaciones no lucrativas en defensa del medio ambiente, organizaciones que defienden los intereses de la industria, científicos, periodistas, agencias de publicidad y medios de comunicación.

Este caso es complejo, porque tiene derivaciones éticas, económicas, estadísticas, y de salud pública. Y merece la pena reflexionar sobre él de la manera más aséptica posible.

Category: SALUD Y MEDIO AMBIENTE

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