En Educación Tóxica, Jon Illescas explica la importancia y el efecto que tienen los contenidos audiovisuales, en especial la música, para la educación de niños y adolescentes. Lo hace apoyado en un profundo trabajo de investigación y análisis sociológico, que nos muestra evidencias suficientes para concluir que el dominio de la industria cultural es esencial para que la oligarquía empresarial y los propietarios del capital puedan mantener su posición de privilegio con respecto a la clase trabajadora, mediante un premeditado sistema de control social.
Jon Illescas, es profesor de enseñanza secundaria y bachillerato. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad Miguel Hernández con Premio Extraordinario de Licenciatura, posteriormente se doctoró en Sociología y Comunicación por la Universidad de Alicante, consiguiendo también el Premio Extraordinario de Doctorado. Jon es un artista plástico, que además ha publicado un centenar de trabajos sobre cultura, comunicación y economía. Entre ellos destaca el libro que precede a este, titulado “La dictadura del videoclip”, publicado en 2015 y que ha recibido excelentes críticas y ya va por la tercera edición.
Desde hace muchos años doy clase de marketing a los alumnos de segundo curso de GADE en la UPCT, estudiantes de 18, 19, 20 años que son prácticamente adolescentes, y lo que observado en los últimos tiempos en ellos concuerda perfectamente con las tesis de este libro.
Muchos de estos estudiantes (no todos), además de una dependencia de las pantallas (especialmente del teléfono móvil) cada vez más enfermiza, vienen con 2 ideas preconcebidas y equivocadas, fruto de la brutal propaganda del sistema capitalista neoliberal:
La primera de ellas es la búsqueda de la satisfacción inmediata y el éxito fácil como leitmotiv; evitan los análisis sosegados de problemas complejos y creen que todo se puede resolver con frases simples, argumentar con un “zasca” o explicar una idea con un mensaje de 140 caracteres. Todo rápido y fácil, y por eso buscan que los profesores les den herramientas para la acción, pero no, y esto es importante, herramientas para el pensamiento. Para ellos las nuevas tecnologías son una especie de bendición divina , y no se puede criticar ningún aspecto de ellas sin ser etiquetado como retrógrado, porque para ellos todo es blanco o negro, todo es dualismo, no hay matices.
La segunda de ellas es que son libres para elegir lo que quieren, porque viven en el mejor sistema económico posible, donde quien triunfa es porque se lo ha ganado, y donde el libre mercado es sinónimo de democracia. Están convencidos de que la demanda es quien dirige la oferta, es decir, son ellos los que con sus gustos y preferencias eligen lo que el mercado debe producir.
Estas dos ideas son desmontadas por Jon en el libro de forma brillante, mostrando la necesidad de realizar análisis sociológicos bien elaborados para entender las causas de los problemas complejos, en este caso, los relacionados con la educación y nuevas tecnologías. Además, muestra evidencias incontestables de que no es la demanda la que determina la oferta, todo lo contrario, somos manipulados para que pensemos y nos comportemos como quiere el poder hegemónico. En este sentido su tesis es similar a las conclusiones de Baudrillard sobre la función del marketing en el sistema capitalista, como medio de propaganda del poder, que nos dice qué debemos consumir para ser felices.
El libro desarrolla todos estos temas usando como principal hilo conductor la industria musical, desnudando su funcionamiento como sistema de control de masas. Sin embargo, no se queda sólo en el diagnóstico del problema, sino que también plantea alternativas y formas de luchar contrahegemónicas, que son muy interesantes, tanto para educadores (profesores y padres), como para aquellos políticos que las quieran escuchar.
Es evidente que no es un libro contra el uso de las las nuevas tecnologías en la educación, ni tampoco emplea una visión excesivamente moralista. Hay que profundizar en su lectura para darse cuenta de los matices sobre la necesidad de control y limitación de ciertas prácticas educativas que, en definitiva, no son más que la reproducción de los intereses del capital privado. Frente a ello, independencia de lo público, enseñanza libre de toda injerencia empresarial, y fomento de la inversión estatal en crear una industria cultural alternativa, basada en algo que, desafortunadamente, suena anacrónico a muchos, y es la defensa de los Derechos Humanos.
En definitiva, un libro que probablemente hará reflexionar a aquellos padres que llevan a sus hijos a colegios con iPad desde primaria, a los que les regalan un móvil para su comunión, a los que permiten que sus hijos de 7-8 años se pasen las tardes conectados jugando a videojuegos, a los profesores de colegio que eligen ciertas canciones para las funciones de los niños, a los docentes que piensan que están haciendo una revolución tecnológica en sus colegios porque los profesores llevan el móvil a todas horas y sus alumnos hacen Power Points, o a los políticos que se venden a los intereses privados, fomentando la educación concertada mientras mantienen en la miseria a los centros públicos.