Vivimos más…con matices
La esperanza de vida se ha doblado en España desde 1910. Esto es innegable. La principal causa de ello es la disminución de la mortalidad infantil. Este hecho ya nos da una de las claves de esta cuestión. No vivimos 40 años más, sino que hay muchos menos fallecimientos de niños (afortunadamente), lo que hace que la media de edad al morir ya no se vea tan condicionada por ello. Aunque parezca una obviedad, hay que resaltarlo igualmente; el extraordinario incremento de la esperanza de vida le debe mucho a la bajada de la mortalidad en niños.
En 2009, la esperanza de vida al nacer en España para los hombres era de 78.5 años y para las mujeres de 84.5. Y ciertamente hemos mejorado, porque al margen de los datos sobre mortalidad infantil, las personas adultas viven más que antes. Así, como dice el artículo, a los 35 años las ganancias de esperanza de vida son de 18,6 y 14,6 años para mujeres y hombres, respectivamente. A los 65, 11,6 y 8,3 años. A los 80, 4,5 y 3,3 años. Y a los 90, 0,9 años para ambos sexos. Por tanto, es verdad, vivimos más, pero la ganancia de años disminuye ostensiblemente con el incremento de la edad. Esto quiere decir que por, ejemplo, una persona de 65 años tiene una considerable ganancia de esperanza de vida con respecto a hace 100 años (alrededor de una década más de vida), pero un anciano de 90 años prácticamente se morirá a la misma edad que lo hacían los ancianos de 90 años en 1910.
Y, aunque esto sea también obvio, conviene recordar que la vida no se ha alargado significativamente. Hay un límite biológico que no conseguimos mejorar de manera relevante, al menos por el momento, pese a que cada vez más comprendemos mejor las causas del envejecimiento, con el acortamiento de los telómeros y la metilación del ADN como elementos esenciales. Antes también las personas llegaban a sobrepasar los 90 años. Recordemos, por ejemplo, al filósofo inglés Thomas Hobbes, quien nació en 1588 y murió en 1679, es decir, vivió 91 años. Por tanto vivir casi 100 años no es una cuestión sólo del siglo XXI. No obstante, el mensaje subyacente es optimista, y como bien relata el artículo, es un logro que en sólo 100 años haya ocurrido esto, siendo más patente la mejora de la esperanza de vida en adultos desde 1970 con repecto al periodo anterior.
Premios Nobel mejor que jugadores de béisbol
Estudiar una población tan heterogénea como la de un país tiene pequeños inconvenientes derivados de la cantidad de subpoblaciones que existen. Por ejemplo, el incremento de la esperanza de vida adulta podría darse de manera muy alta en cierto grupo social y de manera inapreciable en otro, pero al final el valor promedio sería positivo.
Por eso a veces conviene también poner a prueba la hipótesis de que vivimos más con grupos de población menores, pero con un mayor nivel de homogeneidad, en el sentido de que los estilos de vida son generalmente más homogéneos que los de la extensa y divergente población de un país.
De este modo, sí, vivimos más, pero no todos por igual. En dos poblaciones de hombres con raza prevalentemente blanca y con una situación económica generalmente «acomodada», el estilo de vida (y aquí podriamos englobar la educación, hábitos de vida, etc.) condiciona la esperanza de vida y la probabilidad de llegar a vivir más de 90 años. Y como he dicho anteriormente, vivir muchos años no es algo del siglo XXI, ya durante todo el siglo XIX los Premios Nobel llegaban en promedio a los 80 años de vida.
Volviendo al artículo de J. M. García, el autor apunta varias claves sobre aspectos de la salud que condicionan la esperanza de vida.(a) Mejora cardiovascular: Existe una evolución positiva desde 1980 en cuanto al decrecimiento de la mortalidad por enfermedades cerebrovasculares.(b) Incremento de las enfermedades degenerativas: Sin embargo, desde 1980, los trastornos mentales se han multiplicado por cuatro en el grupo de 65-79 años, por doce en el de 80-89 y por veintidós en el de 90 o más años. En el caso de las nerviosas, los factores de multiplicación han sido dos, cinco y ocho, respectivamente.
(c) Cáncer: En los últimos años, la incidencia de algunos cánceres ha aumentado (como el de pulmón para las mujeres) y otros han disminuido (como el de estómago). El incremento de la esperanza de vida aumenta a su vez el riesgo de padecer cáncer, aunque los tratamientos médicos y la mejora de ciertos hábitos de salud (como la disminución del consumo de tabaco en hombres) juegan a favor de la salud.
Algunos de estos aspectos y otros más merecen ser comentados, con el fin de tener una visión más completa sobre la realidad de nuestra salud en las últimas décadas y las perspectivas futuras. Emplearé datos de otros países y estadísticas más globales.
1. Cáncer
Si tomamos datos de Estados Unidos entre 1975 y 2011, vemos que la incidencia de cáncer es prácticamente la misma hoy que hace más de 30 años, con un ligero descenso para los hombres y ascenso para las mujeres. Estos datos no son muy esperanzadores. Bien es cierto que se podría decir que, dado que la población ha envejecido y ello incrementa per se la probabilidad de cáncer, esa estabilidad de cifras es un signo positivo. Lo que sucede es que hay otros datos que no invitan al optimismo. Por ejemplo, la incidencia de cáncer infantil ha aumentado, y ciertos procedimientos de cribado (como el del cáncer de mama) están seriamente cuestionados por su eficacia. Si a esto unimosel artículo de The Lancet que prevee para 2030 se incrementen las enfermedades oncológicas en un 75%, entonces el panorama se convierte en realmente preocupante.
Si no hemos sido capaces de reducir la incidencia de cáncer en un contexto de descenso en el consumo de tabaco, tenemos que estar doblemente insatisfechos.
Como muestra este gráfico, el consumo de cigarrillos ha caído prácticamente a la mitad desde los años 70. Obviamente esto se relaciona con las curvas de incidencia de cánceres y su periodo de latencia, destacando el ascenso en las mujeres.
Por tanto, el consumo de tabaco cae a la mitad mientras la incidencia de cáncer de otros tipos diferente al de pulmón crece.
Si la disminución de muertes por enfermedades infecciosas ha sido un innegable avance en las últimas décadas, sobre todo en los niños, uno de los precios que se está pagando por ello es el incremento de las alergias, cuyo aumento es en parte (sólo en parte) explicado por esta «hipótesis de la higiene». Desde 1997 hasta 2011 las alergias de la piel y a la comida se han incrementado en niños, manteniéndose estable las respiratorias, como muestra el siguiente gráfico:
Si bien es cierto que las vacunas y los anitbióticos supusieron una revolución en el ámbito de la salud que han tirado de la esperanza de vida hacia arriba, no es menos cierto que la situación lentamente está comenzando a cambiar. La resistencia a los antimicrobianos es una realidad en los países desarrolladosdonde muchas personas consumen de forma inadecuada antibióticos, otros lo hacen de manera abusiva, y la gran mayoría no sabemos realmente cuánta cantidad de éstos ingerimos a través de la comida (lacteos y carnes). Según este informe de la Organización Mundial de la Salud, este tema es de gran preocupación en todo el mundo, pudiendo volver a la situación que teníamos hace décadas donde no existían antibióticos que pudieran curar unas anginas, una neumonía o una tubercolsis, enfermedades que se volvían en muchos casos fatales. De hecho, en 2011 hubo 630000 casos de tuberculosis multi-resistente.
4. Obesidad y diabetes
La obesidad y la diabetes están creciendo en todo el mundo. En esta web puede encontrarse centenares de referencias bibliográficas sobre diabetes y las posibles causas de su incremento y algunos datos interesantes sobre obesidad. Como puede apreciarse en el siguiente gráfico la prevalencia de diabetes ha crecido no linealmente en las últimas décadas, coincidiendo con el incremento en la fabricación de productos químicos. Como bien sabemos, la asociación no implica causalidad, pero tanto el incremento de la exposición a tóxicos medioambientales, como a la contaminación electromagnética ha crecido exponencialmente desde los años 50 del siglo pasado. Esta es una de las hipótesis sobre las que el doctor Sam Milham sustenta su afirmación de que la obesidad y diabetes (al margen de otro tipo de enfermedades) están relacionadas con la electrificación.
Es innegable el incremento de la esperanza de vida en los países occidentales en los últimos 100 años. La mejora de la higiene, los avances médicos, las vacunas, los antibióticos, entre otros factores, han disminuido la mortalidad infantil y han mejorado las expectativas de vida de los mayores de 65 años. Sin embargo, la vida tiene un límite biológico que se mantiene prácticamente constante a lo largo de los siglos, estando su último (o penúltimo) peldaño en la escalera de los 90 años. Por tanto, no vivimos más, sino que muchos de los que morían antes de lo debido lo hacen ahora después. Y desde luego la probabilidad de llegar «tan lejos» no es para todas las subpoblaciones igual; los estilos de vida condicionan claramente el paisaje de la longevidad, tal y como he comentado al comparar los jugadores de béisbol frente a los ganadore del Premio Nobel.Si este incremento de la vida ha venido de la mano de una mejor salud es otro cantar. Es cierto que hay disminución en las enfermedades del aparato circulatorio (en el caso visto de España), y también que el consumo de tabaco ha decrecido ostensiblemente (no en todos los países por igual, por cierto). Sin embargo, este último hecho no ha afectado a la incidencia global de cáncer (sí sobre algunos en concreto, como el de pulmón para el hombre), lo que indica que hay otros factores ambientales que están enfermando a la sociedad.Obesidad, diabetes, alergias, cáncer, enfermedades neurodegenerativas y resistencia a los antibióticos son serias amenazas a la salud de los occidentales, con consecuencias muy graves económicas (una sociedad enferma es menos productiva y necesita mayores costes médicos), y sociales. Y aunque el envejecimiento de la población pueda explicar parte de la incidencia de casos de cáncer y enfermedades neurodegenerativas, los datos en niños sobre cáncer, alergias, obesidad y diabetes muestran claramente que hay otros muchos elementos a tener en cuenta.
La continua exposición a los tóxicos medioambientales (alimentación, polución, radiación electromagnética, etc.) afecta, entre otros, al sistema inmune y al ADN, y están contribuyendo a construir una sociedad enferma que vive más, es cierto, pero a un precio que muchos quizá no hubieran deseado pagar.
En cualquier caso el mensaje debe ser positivo en el sentido de que, siendo conscientes de esta información, en nuestra mano está seguir manteniendo este nivel tecnológico, pero legislando adecuadamente para proteger al ciudadano de los hórridos intereses de algunas industrias y gobernantes. El progreso tecnológico y económico no debe ser paradójico, y puede convivir con los intereses de la salud. Sólo hace falta que el ciudadano esté informado, despierte de ese letargo inducido, y emprenda las acciones pertinentes para cambiar esta situación.